El músico Victorí Planells posó para esta entrevista en la redacción de este periódico. | Jaume Morey

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Al frente de UC, Victorí Planells dio un nuevo vuelo a la cançó tradicional eivissenca, revistiéndola de folk y rescatándola del olvido. Sus primeros trabajos forman parte del imaginario popular de las Pitiüses, pero su impronta se extiende a lo largo y ancho de los Països Catalans. UC fue la espoleta de ignición de una escena emergente que compartía una misma intención creativa. Le siguió Planells Trio, donde Victorí se rodeaba de sus hijos y perfumaba su repertorio con jazz. La nueva aventura de este músico, pensador ecléctico y médico psiquiatra le une a Entreveus, un trío formado por Francesca Suau, Antònia Suau y Silke Hamann que lleva años navegado la canción popular mallorquina. El Auditori de Ses Cases des Mestres de Santa Maria les acoge mañana sábado, a las 19.00 horas.

Explíqueme en qué consiste el ‘uc', el grito que utilizaban en la Eivissa ancestral.
— Un uc es un grito y según su forma quería decir una cosa u otra. Ahora se hacen ucs de fiesta, de alegría, pero antiguamente servían para comunicar cosas, incluso era un aviso de desafío.

¿Qué ofrece al público Entreveus & Victorí Planells?
— Hasta hace dos años he estado centrado en la recuperación de la tradición musical eivissenca, pero Eivissa es pequeña y UC ya había acabado su trabajo. Entonces coincidí con Entreveus y ya llevamos año y medio en un proyecto que une la música tradicional y los poetas de Mallorca y Eivissa, aunque nuestra mirada va más allá y alcanza otros ámbitos mediterráneos que nos mueven sensibilidades cercanas. Lo que hacemos es muy diferente al folk estricto de UC, es una música más elaborada desde el punto de vista de la armonización, hay cuatro voces, y piano.

¿La canción tradicional simboliza una actitud ante la vida?
— La canción tradicional refleja una manera de vivir, de entender el mundo, de relacionarse, y refleja las influencias culturales y sonoras que has recibido.

¿En las tonadas populares están ya contadas todas estas historias?
— Cada día que se vive hay una nueva historia. La música popular no morirá nunca, el folk, en su sentido más estricto, es un reflejo del vivir de cada día.

Siempre se ha dicho que la canción tradicional es de izquierdas y la ópera de derechas...
— A mí me gusta mucho la ópera, no me pierdo ni una (risas). Es cierto que la canción popular siempre ha estado más arraigada a las clases subalternas. La cançó popular eivissenca sale del campo, no de las casas acomodadas de la isla, e incluso en algunos momentos ha adquirido tintes reivindicativos. Pero si amplificas el concepto de canción popular, en algunos momentos de la dictadura la canción popular folclórica fue la música promocionada por la dictadura. Es difícil contestar, depende de la utilización que se hace de las cosas.

¿Su conexión con la música popular influye en su modo de interpretar otros géneros musicales?
— Sí, efectivamente, porque he nacido dentro de la canción popular y eso te marca.

¿Qué canción escogería como autorretrato?
Canto a la libertad, de José Antonio Labordeta.

¿Le parece normal que un artista entre en la cárcel por la letra de sus canciones?
— No, y sé lo que es la persecución política y pasar por comisaría por la letra de una canción. Creo en la libertad de expresión, en la libertad artística, lo que cantes lo dirás con más o menos gracia, tendrá una capacidad estética o no, yo no entro en esas cosas, pero hay que respetar que la gente diga lo que quiera.

Jaume Sisa dijo que la nostalgia es el refugio de los que están muertos y no lo saben. En cambio, Van Morrison sostiene que la nostalgia y la melancolía son la base de la sensibilidad, ¿en qué quedamos?
— La nostalgia consiste en mirar atrás y es una actitud negativa que genera angustia y dolor. En cambio la melancolía, aunque te sume en un estado de tristeza profunda, te permite vivir en el presente.

¿Se puede ser feliz e inteligente, o solo a ratos?
— Quien es feliz siempre es que no tiene los pies en el suelo, porque la vida es la mezcla de la angustia y de la felicidad.

Pese a dejar un legado descomunal, Arthur Rimbaud acabó vendiendo armas en África. ¿Hay que diferenciar al artista de la persona?
— No, y si hay discrepancias es que en algún momento simula.

Cuando escucha sus primeros álbumes, ¿les saca muchos defectos?
— Hay canciones que si las tuviera que escribir ahora no las haría igual, algunas las miro con una visión muy crítica.

¿No le entran ganas de invadir Polonia cuando escucha reggaeton?
— (Risas) Me gusta muy poco el reggaeton, me es incómodo.

¿Con 69 años quedan sueños por realizar?
— Sí, muchos. Este mismo proyecto que estamos comenzando, y tiene mucho margen.

Hablando del sueño, Kafka escribió que despertar es el momento más arriesgado del día...
— Hay un trasfondo poético en eso, pero a mí me gusta tener los pies en la Tierra, me gusta vivir el día y los sueños no tienen que ser neuróticos.