El autor de ‘El coure sota el Hudson’, Albert García Elena, en una imagen reciente cedida para esta entrevista.

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Nueva York es de todos. Prácticamente no hay quien no haya oído hablar de la ciudad o no haya visto su skyline tantas veces que podría dibujarlo en su mente. La ciudad que nunca duerme, pese a todo, sigue surgiendo un gran efecto en los artistas y poetas, como es el caso de Albert García Elena, quien con El coure sota el Hudson (El Gall Editor) se proclamó ganador del Premi Ciutat de Palma de Poesia 2020. Su libro, del que el jurado alabó su estructura y su riqueza lingüística, es un «tributo a lo que significó para mí» esa urbe que bebe y muere en la desembocadura del río Hudson y su afluente, el East River.

Este libro se ha cocinado durante 15 años, ¿por qué todo ese tiempo?

—Porque no nació como un proyecto, sino como una consecuencia acumulativa con el paso de los años. Todo el libro recopila mi proceso de formación como poeta y contiene desde poemas con carga surrealista hasta experienciales.

Es su cuarto libro, ¿cuánto cree que ha evolucionado desde el primero?

—Del todo. Se dice que tardamos siete años en renovar la materia del cuerpo. De la misma manera, no soy la misma persona que empezó a escribir este libro y, a pesar de todo: Madame Bovary c'est moi...

Está descrito como un homenaje al sueño americano. ¿Queda algo de ese sueño o fue alguna vez real?

—Los sueños, como decía aquel, sueños son. Son prácticamente inexpugnables a cualquier principio de realidad y cada generación los vive por primera vez. La energía creativa de los Estados Unidos sigue ahí y nos seguirá irradiando durante bastante tiempo. Es el mundo, la humanidad, el que está en decadencia. Este libro es –o pretende ser– una metáfora sobre ese réquiem global.

En el libro da una visión poco romántica de la ciudad, con sus contradicciones, a pesar de ello, ¿es posible amar a una ciudad por encima de todas las cosas?.

—Creo que sí y me gustaría que el libro fuera testimonio de ello. Aunque debo matizar: es mi experiencia y no tiene por qué ser extrapolable a la de nadie más. Las contradicciones nos constituyen, como decía Whitman quien contenía multitudes.

En su veredicto, el jurado destacó la profundidad con la que retrató «el enfrentamiento entre la vida y la ciudad», ¿está de acuerdo con esta apreciación?

—No solo creo que existe este enfrentamiento, sino que es, efectivamente, nuestra existencia. De la misma manera como los zigurat babilónicos han quedado prácticamente arrasados por el paso del tiempo, también lo será nuestra civilización y nosotros con ella.

Es difícil no pensar en Lorca al leer cualquier poemario sobre Nueva York. ¿Está presente?

—Lo está, tal vez entre líneas, en todo el libro. En algunos poemas más que en otros y como energía inspiradora inicial. He pasado cientos de horas allí queriéndome sentir acompañado de su presencia, su extrañeza y su inabordable grandeza. No me interesa mucho el resto de su producción, pero considero Poeta en Nueva York una de las mayores obras de arte que yo haya conocido.

¿Qué cree que es lo que caracteriza a la ciudad como una suerte de Babel moderna tan atrayente para los artistas?

—Sin duda su capacidad de acogida y absorción, sin complejos, de toda propuesta artística que llevara los límites de lo conocido un poco más allá, de la mano de una cierta élite cultural dispuesta a proporcionar cobijo y exposición a sus propuestas creativas. Utilizando un cliché fácil todoterreno: a Nueva York, a pesar de lo mucho que todo ha cambiado, sigue llegando rothkos, y sigue habiendo guggenheims esperándoles en las galerías del Soho.

¿Cree que esa capacidad existe todavía en Nueva York o es un vago recuerdo de una época ya pasada?

—Creo que es difícil desligarse de toda una clase de tópicos y clichés cuando uno se enfrenta a un icono de potencia simbólica como es Nueva York. La verdad es que podría pasar horas y horas hablando antes de enfrentarme a la inevitable conclusión de que tanto la ciudad, como Estados Unidos, siguen estando mucho más vivos que Europa, que más que un viejo continente, considero ya un absoluto cadáver que tiene muy poco que proponer al mundo excepto su pasado.

Hablando de pasado, ¿qué le viene a la mente cuando recuerda su tiempo en Nueva York?

—Pienso en los primeros viajes en los que lo primero que hacía era llegar a Manhattan para comer algo, acompañado de alguien querido, en un diner particular de Lexington Avenue. Me gusta mucho comer bien y puedo afirmar, sin ninguna duda, que no he comido en ningún sitio como el algunos restaurantes de Nueva York.

Y de la isla de Manhattan, a la nuestra, ¿habrá alguna presentación en Mallorca?

—Estaré en Palma el día 28 de mayo para la gala de los Premis Ciutat de Palma y es posible que la editorial, o el mismo Ajuntament, organice algún acto para presentarlo; en todo caso, mi trabajo como autor ha terminado, y el libro es su resultado.