El líder de L.A., Luis Alberto Segura, durante la entrevista. | Fernando Villar

TW
0

Regresa L.A., el proyecto musical que Luis Alberto Segura (Palma, 1978) frenó en seco hace tres años en su mejor momento, «exhausto» en parte por la obsesión de «subir y subir», y lo hace tras volver a los orígenes, respirar y pisar descalzo la montaña de su tierra, como el avatar mallorquín del Folklore de Taylor Swift.

«Ya no quiero jugar al mesianismo, porque no es mi mundo», dice a Efe ante la publicación este viernes del álbum Evergreen Oak, en el que de nuevo fuera de las multinacionales se ha responsabilizado de la composición, la interpretación, la grabación y hasta del arte visual que lo envuelve. Reconoce el artista mallorquín que «hace cuatro años», en el seno de Sony Music, no habría dicho algo así. Tras codearse en festivales internacionales con artistas como Arcade Fire o Foo Fighters, de llegar a tocar en plazas como Italia, Alemania o México, el objetivo de crecer lo «aplastó».

«Paré porque estaba cansado y me metí en un berenjenal que requería más de lo que yo pensé. Me di cuenta de que no estaba al cien por cien y yo funciono mucho por energías y empuje», afirma Segura, que a los pocos meses de interrumpir la marcha de L.A. publicó su primer disco en solitario y con letras en español, Amenaza tormenta (2019). Tendría que haber parado y no lo hizo y, cuando se dio cuenta de que debía darse un respiro, llegó la pandemia. «Entonces el parón fue obligatorio, pero me he llevado muy mal toda la vida con las obligaciones. Y pasó que entonces quería seguir», señala sobre las ironías de la vida.

Tenía material de sobra para editar tres discos. Hasta habló con su oficina de Emerge, recuperados aliados del pasado, sobre la posibilidad de reeditar a lo grande el disco que le permitió dar su primer gran salto en 2009. «Tengo un Heavenly Hell 2.0 con 16 canciones que nadie ha escuchado jamás, pero me volvió el gusanillo de componer algo nuevo», revela.

En un piso en pleno centro de la ciudad junto a su pareja y sus tres hijos, sintió la necesidad de aire libre. Acabó («me exilié», dice él) durante tres meses con toda la familia en una casa de la montaña mallorquina, «pisando descalzo la tierra y suelos de madera sin tratar», con un ordenador, un portátil y dos guitarras. «A ver qué pasaba», indica.

El resultado esta vez es un disco que refleja el interior geográfico y personal, muy artesanal, intimista y orgánico en sus sonidos, en coincidencia con otros artistas como Fleet Foxes o Taylor Swift y su multipremiado Folklore. «Soy fan de lo que ha hecho con Bon Iver y la gente de The National. Salió mientras estaba en la montaña y en mi cabeza esos mismos conceptos andaban coleando. Hemos sido muchos los músicos que hemos sentido la necesidad de llevar la naturaleza a la música», justifica.

Concepción

Este Evergreen Oak está concebido como un paseo telúrico entre árboles, bajo la luz de la luna (On The Moon) y en contacto con los espíritus protectores de nuestros antepasados (Judy), metiendo los pies en el agua (Underwater Masquerade, con bella producción concebida por Sergio Llopis), hasta la salida del sol, no sin antes empaparse en la tormenta de Storms. «Lo concebí como la traca final, esa tormenta que luego escampa», explica.

Hay en todo ello, incluido en la instrumental La casa divina, una sensación de conjunto. «Me he escuchado en este disco. Siempre he alardeado de haber hecho lo que he querido, pero estaba la sombra del single para que sonara en la radio. Ahora, al parar, me he dado cuenta de los errores del pasado que no quería volver a cometer», apunta.

Con toda la banda de vuelta, y el joven batería Pedro Moyá como nueva incorporación, este próximo sábado L.A. volverán a actuar por primera vez juntos desde hace tres años con un concierto en La Riviera de Madrid dentro de Sound Isidro. Sin embargo, antes de aterrizar en la capital, la banda ofreció ayer un concierto en petit comité en Es Gremi (Palma).