El actor catalán Joan Carreras, en ‘Història d’un senglar’. | www.felipemena.com

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Todos tenemos algo de Ricardo III en nosotros. El villano por excelencia de Shakespeare es uno de los paradigmas de la avaricia, la ambición desmedida y el complot, y al reto de interpretarle se enfrenta el personaje de Joan Carreras, que «casualmente» se llama igual que él, en Història d'un senglar (o alguna cosa de Ricard), escrita por Gabriel Calderón y que llega al Teatre Principal de Palma este sábado a las 19.00 horas. El propio intérprete describe la obra como «un canto de amor al teatro con la persona menos indicada para hacerlo»

¿Contento por regresar a la Isla?
— Sí, la verdad es que estoy encantado de salir de Barcelona un poco con lo que hemos tenido. Ahora la cosa está más tranquila y de lo único bueno que hemos sacado de todo esto es que parece que la gente se ha dado cuenta de que existía el teatro y ha ido bastante.

Y este es su primer monólogo, ¿lo ha rehuido hasta ahora?
— Lo que pasa es que me gusta trabajar con compañía en todos los aspectos y estar solo es otra manera de enfocar la profesión. Yo me lo guiso, yo me lo como. Pero está siendo muy interesante y aunque pierdes compañeros, ganas al público. Además tienes que tener mucho fuelle físico para aguantar toda la obra.

¿Cómo describiría la obra?
— Interpreto a un actor, que curiosamente se llama Joan Carreras, y le invitan a hacer de Ricardo III. Él cree que se lo merece por encima de todo, pero tiene una ambición desmedida, es misógino. Es un auténtico gilipollas, vamos. Y al construir el personaje empieza a darse cuenta de que tiene mucho que ver con el papel de Ricardo. Es un canto de amor al teatro, pero con la persona menos indicada para hacerlo. Lo bueno que tiene el teatro es que hasta de lo peor puede sacar algo bueno.

¿Cree que hay un Ricardo en toda comunidad de vecinos?
— Seguro, pero disimulados. Lo bueno es que este actor no tiene filtros, le importa un rábano ser políticamente correcto y me imagino una reunión de vecinos así y sería terrible, nadie se hablaría. Hacer personajes tan gilipollas es genial porque luego puedes hacer de bueno en la vida real.

¿Qué cree que tienen estos personajes que suelen ser tan atractivos para actores y público?
— Todos entendemos esto. Ya tenemos la vida para ser buenos, pagar impuestos y tal, pero para quitarnos la máscara, el escenario es lo mejor. Ahí matas todos los fantasmas y ya, luego, sales a la calle y puedes sonreír mejor.

¿Es una obra para que el público se identifique, se refleje o se divierta?
— Un poco de todo porque tiene muchas capas. Calderón, el director y escritor, trata todo desde el amor, el humor y la confianza y, además, es un tío fantástico. Hay varias reflexiones y lo más difícil es que no trata de ser pretencioso sino que simplemente es directo.

También ha vuelto a la televisión con La cocinera de Castamar, ¿qué tal esa experiencia?
— Siempre intento hacer más teatro, pero a nadie le amarga un dulce, y construimos mi personaje en la serie, que es Felipe V –debo tener cara de rey o algo–, casi de una manera teatral.