El escritor Antoni Vidal Ferrando posó en Santanyí para este periódico.  | Carles Domènec

TW
0

Confiesa Antoni Vidal Ferrando (Santanyí, 1945) que envejecer es dejar de hacer cosas. Sin embargo, el escritor no deja de sumar metas a su obra. La última ha sido el prestigioso Premi Carles Riba de poesía por Si entra la boira no tendré on anar, que se publicará en febrero en la colección Els llibres de l'Óssa menor de Proa. En su localidad natal, un galardón literario lleva su nombre y, en agosto, apareció un libro entrevista sobre su vida, en diálogo con Miquel Àngel Vidal, que ha editado Lleonard Muntaner.

En el poemario que ha ganado el Carles Riba escribe de ilusiones perdidas.
— Un poemario siempre dice más de lo que parece, incluso más de lo que el propio autor sabe. Los poemas son espacios de libertad y deben permitir muchas interpretaciones. He dejado fluir las músicas y los lamentos de mi vida, en un periodo muy largo que va desde mis primeros recuerdos a un futuro aún por llegar, y con una gran incidencia en el presente.

¿A qué sueños inalcanzados se refiere?
— Mis sueños no alcanzados me han reafirmado todavía más en esos anhelos, como el amor por mi país, a mi lengua, a la libertad, a las personas de mi vida y a la lucha por un mundo ideal más justo. Moriré reivindicando que un mundo ideal es posible. En cierta medida, la literatura lo consigue. La perfección que conseguimos con nuestras obras es una prueba de la capacidad humana de conseguir un mundo ideal, con todos sus defectos e imperfecciones. La literatura es capaz de crear placer estético a partir de la muerte o de cualquier desgracia. Eso es una promesa de que el hombre es capaz de mejorar el mundo.

¿Cómo ha organizado el libro?
— El libro consta de ocho bloques de seis poemas cada uno, que siempre son iguales: uno del pasado, otro del pasado y presente, tres del presente, y otro del presente – futuro. Esta estructura crea consistencia, orden y ritmo.

Hay ciertas diferencias en las temáticas de sus obras en prosa respecto a sus poemas.
— Al escribir, ofrecemos una metáfora de nuestras vidas, damos un testimonio de una época y de nuestra lucha. En poesía, hay que hacerlo para que todas las personas, de todas las épocas y espacios, se sientan identificadas. Hay que ser más sutil. En prosa, puedes concretar más, es más comprensible. La poesía debe servir para todo el mundo. Es una paradoja: los grandes escritores siempre escriben el mismo libro, pero lo peor es que se repitan. Hay que cambiar la perspectiva. Detrás de la realidad, hay muchas realidades ocultas.

El Premi Carles Riba le consolida como autor sénior. ¿Se siente dentro de esa familia de escritores sénior de la literatura catalana?
— No me siento ni identificado ni lejos de ellos. Por edad, he vivido circunstancias comunes, pero la obra de cada escritor es irrepetible. Hacía años que no concursaba, más de quince, pero apreciaba nostalgia del Riba. Me costó, pero quise participar en este premio porque pensaba que me faltaba. El impacto que ha creado me sorprende. He recibido centenares de felicitaciones. El Riba es un mito.

No por su modesta dotación.
— Es el premio de poesía por excelencia. Yo confío en mi obra, pero no es fácil llegar al público. Este premio es una gran promoción para llegar a más gente.

Santanyí le ha marcado como escritor y, quizás, le ha alejado del epicentro literario de Barcelona.
— La explosión literaria de Santanyí se explica por Bernat Vidal i Tomàs, una personalidad con un conocimiento y un amor enciclopédico al país, la lengua catalana y la libertad. Él influye a Blai Bonet, Antònia Vicens, a mí. Figura como maestro de la generación de poetas de los años 50. Su farmacia era un templo de la inteligencia. Todos los escritores pasaban por su farmacia. Miquel Bauçà acudía en bicicleta, también le visitaban Cela y Villalonga.

Usted ha ejercido de maestro. ¿Qué clase de profesor ha sido?
— Ejercer de maestro es muy difícil. Te ha de gustar. A mí me ha encantado. La pedagogía se puede sintetizar en hacer que el alumno se enamore de las cosas. Si doy clases de catalán, no debo ser un juez, ni un inquisidor, ni un erudito. Lo importante es que se enamoren sin darse cuenta, deben verte con tantas ganas que deseen que les pase lo mismo a ellos. Se ha de educar en positivo. No hay que mentir nunca, pero tiene más fuerza un elogio que un castigo. Cuando un profesor duda entre aprobar o suspender, mejor aprobar.

¿Cuál es su aspiración última como escritor?
— Soy un escritor al que le cuesta mucho escribir. El placer inmenso al conseguir decir algo de la forma que quería, ya es la recompensa. Cada lector es un tesoro, pero yo escribo como reto y necesidad. Escribo para leerme. Después, el descubrimiento de lectores me hace enormemente feliz. Me gustaría escribir como si fuera músico, a quien nadie le pregunta qué significa lo que compone. Lo que busco es fascinar, estimular y conmover, que el lector se descubra a través de mis palabras. El arte no se crea con la razón.