En su nuevo trabajo, Vënkman sigue dejando las cosas más o menos donde estaban, en esa endiablada intersección entre fulgurantes líneas de sintetizador y guitarrazos eléctricos que construyen la esencia misma de la banda. Un formato habitual en el indie de nuestros días, aunque a diferencia de otros cuya propuesta resulta más efectista que elaborada, y todo suena divertido y muy bailable pero vacuo, el repertorio de nuestros protagonistas sobrepasa la modalidad fugaz de escucha. Fugacidad e intrascendencia son conceptos vecinos, a fin de cuentas es lo que acontece cuando paseas por el repertorio de algunas bandas, ahogadas en una avalancha de compases binarios y melodías procesadas hasta robóticos extremos. No es el caso de Vënkman -con diéresis-.
«Tenemos claro que no queremos que nos cataloguen en un solo estilo. Si consideramos que la canción es lo suficientemente buena para nosotros, y un buen filtro inicial es que se sostenga con una guitarra, dejamos que sea ella la que nos guie para ponerle el vestido que le quede perfecto», explica Teo Marín, guitarra rítmica y voz de este cuarteto mallorquín que en su nuevo trabajo «hemos tocado palos nuevos como el funk y la electrónica». Estos cambios enriquecen su factura, aunque la conexión con el indie británico sigue siendo clave.
En cuanto a sus letras, siguen un hilo conductor que «identifica cuáles son mis miedos, y suelen tener trama, nudo y desenlace, como una buena película». Una lírica elaborada que habla del pasado y el presente dejando la idea de que, quizá, sea mejor no encomendarse con demasiado entusiasmo al futuro, aunque sin alcanzar cotas nihilistas. El resto son los soponcios, consuelos nocturnos y puñaladas vitales de costumbre. Si lo piensan, hasta el gran arquitecto de la palabra, Leonard Cohen, se servía de idénticos argumentos.
Autómatas será el tercer sencillo de A quien le hagan daño, «es una canción profecía, compuesta antes de la represión producto del coronavirus. Habla de la manipulación, el control y la resistencia». En este tema se produce la perfecta fusión entre «sonidos electrónicos ochenteros con los tintes oscuros de The Cure». El tema, sutil y detallista, se eleva por encima de sus posibilidades y consigue eso que tan bien saben hacer Pet Shop Boys o Fangoria, por buscar un referente más cercano: equilibrar hedonismo bailable y melancolía.
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