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Costó ponerse en marcha porque hasta casi el mediodía la lluvia impidió instalar los estands de libros en las calles y las plazas de Palma. Y, una vez instalados los estands, el viento continuó importunando, y la cautela obligó a cambiar los horarios y los puestos de firmas de bastantes autores. Después de dos años de anormalidad pandémica, éramos muchos los que deseábamos vivir un Sant Jordi pletóricamente normal, eso es, soleado, festivo y multitudinario, con miles de personas llenando las calles y miles de libros y de rosas vendidos, regalados, compartidos, disfrutados. No ha podido ser. O solo a medias.

Pero bueno, ¿quién dijo que las cosas eran fáciles? Además, un día de fiesta en el que la gente se regala libros y rosas siempre tiene algo de pletórico, con independencia de las inclemencias climatológicas. El mundo parece hoy un polvorín, y parece que cualquier cosa lo puede hacer saltar todo por los aires en cualquier momento, pero la lectura y las flores regaladas con complicidad o con amor seguro que no van a contribuir al desastre.

Quién sabe si incluso no van a salvarnos. O al menos a vivir más pletóricamente, que de eso se trata. Lo dijo Joan Fuster, de quién se conmemora el centenario del nacimiento: «Els llibres no supleixen la vida, però la vida tampoc no supleix els llibres».