«Me interesa este género porque es como un diario abierto en canal, tienen un punto reflexivo y de intimidad, pero las cartas se dirigen a una persona y eso ofrece un marco comunicativo que no tienes ni por teléfono ni en persona. Asimismo, quería contar la historia de Emma, una chica que se aísla en su casa. Eso casaba muy bien con el momento por el que yo estaba pasando, pues me acababa de separar y estaba en plena mudanza. De hecho así empieza el libro, con una carta de Agneta a Emma, contándole que está rodeada de cajas en un piso muy pequeño. Yo misma pasaba por lo mismo en un piso del Raval. Después, el personaje cobró vida propia», cuenta Díaz, que es también diputada del Parlament de Catalunya por Esquerra Republicana.
Els possessius tiene como piedra angular la familia y las relaciones afectivas a partir de once personajes que se mandan cartas entre ellos. Este medio, ya casi extinguido, permite que cada uno pueda dar su propia versión de los hechos. «Todos explican su historia desde su perspectiva y, por tanto, esas once historias conforman una sola. Todos los tabúes, silencios, autoengaños y trampas comunicativas no tienen posibilidades en una novela en primera o tercera persona. Es verdad que fue un reto para mí y que puede dificultar la lectura, pero también da mucho juego», afirma. «Las misivas tienen lugar en un lapso de dos años y medio. En todo ese tiempo, los personajes se comportan de maneras diferentes, algunas veces pueden ser más o menos justos, como nos sucede a todos en nuestra vida y en nuestras relaciones. Una persona, en esencia, no es buena o mala, sino que tiene distintas caras y momentos de verdad», aclara.
Contexto
El lector de Els possessius no se encontrará marcas temporales ni topónimos, lo que provoca lo que precisamente buscaba la autora: centrar la atención en las emociones y los sentimientos de cada personaje. «En los clubs de lectura muchos me preguntan por cuándo y dónde suceden los hechos, necesitan un contexto, pero a mí sinceramente son detalles que no me interesan. Para algunos escritores las descripciones y las informaciones de este tipo pueden ser muy relevantes, pero eso me sobra a mí. No lo hago conscientemente, me sale así», cuenta. «Aunque es verdad que algunas marcas sí que las pongo a propósito. Por ejemplo, en las primeras cartas aparecen detalles como que hay coches, que las llamadas telefónicas son caras o se habla de divorcio y de custodia. Una horquilla temporal que podría ser de veinte años, que no es intemporal del todo», puntualiza.
El primer indicio de que no es una historia ambientada en la actualidad es la propia forma de comunicarse a través de las cartas. «Ahora nos enviamos audios y, encima, podemos hacer que vayan más rápido. No tenemos tiempo ni de comunicarnos. No existe esa escritura reposada de las cartas, lo más parecido son los correos electrónicos. No creo que pudiéramos volver a comunicarnos mediante cartas, pero desde luego sería una bonita revolución», reconoce. En todo caso, muchas actitudes o maneras de afrontar los problemas no distan tanto a cómo podría ocurrir en la actualidad.
«Dentro de cien años, a pesar de que el contexto cambie, creo que algunas cosas se verán igual. En el caso de Natalia Ginzburg, por ejemplo, evidentemente hay un trasfondo de guerra mundial o de posguerra, o una situación personal concreta en la Italia de los años 60, pero habla de sentimientos universales y no importan ni el lugar ni el tiempo, se mantienen imperturbables. Ciertamente hay cosas que cambian. El divorcio ofreció más opciones legales, sociales y culturales a las mujeres. Obviamente, el amor cambia ante eso, pues no te quedas con alguien si no quieres», matiza.
De hecho, el universo de Ginzburg se filtra en este libro y muy especialmente La ciutat i la casa. «Es una de las obras que más veces he releído. Cuando decidí escribir esta novela epistolar volví a leerla y tuve la idea de copiar las mismas fechas que las suyas. Es una manera de rendirle homenaje. Yo siempre escribo de forma intuitiva, pero en este caso tenía este guion, esta pauta, y tenía que hacer que todo encajara», confiesa.
Política
Los personajes se escriben cartas en un «intento de recortar las distancias afectivas» y es un medio que ofrece esta intimidad, tanto a sus emisores como a sus receptores. Sobre su exposición y su intimidad, Díaz asegura que no se siente especialmente expuesta, ni como política ni como escritora y avisa que «en estos tiempos, la gran mayoría estamos más expuestos que nunca, en buena parte debido a las redes sociales». «No soy demasiado pudorosa. En ficción también tienes que liberarte de ciertos miedos para poder escribir con libertad. En el Parlamento sabes que tienes que pasar por un atril, pero no me molesta. Quedar expuesta o sentirte vulnerable es más una fortaleza que una debilidad. No me molesta», declara.
Carrera
En 2015, Jenn Díaz publicó su primera novela en catalán y, en 2016, se alzó con el prestigioso Premi Mercè Rodoreda con Vida familiar (Proa). Después, un «vacío» que coincidió con su carrera política como diputada, un silencio que rompió con en el ensayo Dona i poder. Com i per què feminitzar la política (Ara Llibres, 2020). «En realidad no fue un silencio porque, a pesar de estar esos años sin publicar ningún libro, nunca he escrito más discursos ni conferencias en toda mi vida», señala.
«Tenía miedo por si el hecho de ser diputada modificaría mi escritura y mis personajes, que fueran más políticamente correctos o que mi estilo se acercara más a un discurso político que no a la voz oral que he ido trabajando en mis novelas. Temía por si la diputada se comería a la escritora», confiesa. «Estoy más cerca de ser solo escritora que solo diputada. Tengo ganas de ser simplemente escritora. Tengo tres páginas de algo nuevo. Están escritas desde hace dos meses y no las he vuelto a tocar. Cuando en verano, que se para la actividad parlamentaria, tenga dos semanas libres, iré derecha a ellas», afirma Díaz, después de admitir que, tras su gira literaria por la Isla, el sábado asistirá al concierto de Antònia Font en Inca.
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