Sopa de Cabra celebra los 30 años de ‘Ben Endins' en las Festes de Sant Marçal

Sopa de Cabra posee un directo infatigable, enérgico, con una puesta en escena sencilla pero coqueta y un puzzle de luces que acompaña cada atronadora nota que sale de sus instrumentos. Hoy en día, ni siquiera Manel o el fenómeno en retroceso de Els Amics de les Arts pueden juntar a miles de personas fuera de Catalunya. Solo ellos. Y lo curioso, por no decir heroico, es que ya lo hacían hace 30 años. Despliegan un gran espectáculo, con buen sonido y la misma solidez de un repertorio en el que la honestidad evita populismos fáciles, estribillos acomodaticios.

Nada en Sopa de Cabra suena impostado, sino hijo tan legítimo de su filosofía de vida como cuando irrumpían en el remoto 1989. La diferencia radica en que Sopa de Cabra era por entonces la traducción al catalán de un devocionario anglosajón inspirado en el rock de los setenta, y hoy constituye un género propio. Y me quedo con su capacidad para crear relevo generacional, debe alegrarles ver tanto rostro joven entre el público, cantando esos himnos que mantienen el mismo punto costumbrista y cercano, logrando que la identificación entre banda y fans sea completa, y añadiendo más venas marcadas en cuellos que se suman a la tormenta de electricidad gritando «nascut entre Blanes i Cadaqués».