En la portada no aparece título ni nombre del autor, solamente un ‘furby', ese juguete tan famoso entre los niños de finales de los 90 y principios de los 2000 que se suponía adorable, pero que también tenía un punto extrañamente perturbador. Esta es la carta de presentación de El peor escenario posible (Fulgencio Pimentel) el libro de cuentos con el que Alejandro Morellón, nacido en Madrid, pero criado en la Isla, se ha alzado con el L Premio Aldecoa. Lo presentó hace unos días en Madrid y espera poder hacerlo en Mallorca.
El galardón se lo han dado por el cuento Pájaros que cantan el futuro, que es el primero del libro.
—Sí. Curiosamente han cambiado la modalidad del certamen. Antes era un premio a un relato, que se publicaba en internet, pero este año, para darle más visibilidad, aparte del relato ganador enviabas también la antología o conjunto con el que quisieras publicar ese cuento. Así que envié Pájaros que cantan el futuro, pero el jurado también tuvo en cuenta los otros.
Además es el que inspira la portada con el ‘furby' de pelaje rosa y gris que parece inofensivo. Aunque de eso no tiene nada porque, en el cuento, es una especie de oráculo de una profecía incuestionable.
—El ‘furby' me servía de símbolo e imagen porque tiene ciertos aspectos que reúnen los relatos: es divertido, tierno y un poco terrorífico. No es un terror al uso, sino más bien existencial; apela más a esa sensación de que algo se puede torcer en cualquier momento. Esa sensación atraviesa todo el libro porque, como indica el título, cada cuento es el peor escenario posible para alguien. En esta historia los protagonistas, los niños, tienen que cambiar la visión del mundo y ese acontecimiento les transforma. En todos los relatos hay un acontecimiento o una experiencia dramática que hace que los personajes tengan que asumir el cambio y transformarse.
Las predicciones del ‘furby' son terribles: contaminación del aire, terrorismo de Estado, el auge de la ultraderecha y vallas fronterizas con alambres de espino y muros de hormigón, crisis económicas, genocidios... Muchos de estos fenómenos están a la orden del día.
—La verdad es que sí. Escribí el relato hace tres años, antes de la pandemia, pero casi pronosticaba los tiempos que estaban por venir. Me interesaba el hecho de que las profecías muchas veces no son delirios locos, sino que en muchas ocasiones son advertencias o señales de que algo hacemos mal y que nos puede suceder en cualquier momento. Es como cuando de niños nos decían ‘te vas a caer' y hacíamos el tonto y nos caíamos. El ‘furby' pronostica un fin de la humanidad en correspondencia con lo que hacemos mal, que es casi todo.
En el cuento Sentimental punk un personaje apodado ‘El Adorable' habla de «un terror cósmico y ancestral». Creo que así también se podría resumir la esencia del volumen.
—La verdad es que sí. Creo que el libro tiene eso: no es un terror al uso, como he dicho, sino que es un terror de aquello que nos supera, de lo que es más grande que nosotros. Me interesaba que el libro tuviera esa mezcla de sentimientos y sensaciones: por un lado, que el lector se divirtiera, pero que tuviera ante sí un terror cósmico y ancestral, ese vasto vacío ante los ojos que reflexionara sobre el sentido de la vida y de la condición humana.
Al final, son cuentos que se aparecen como pesadillas o sueños...
—En algunos aspectos sí que son pesadillescos. Y, hablando de cuentos, me gusta que algunos relatos estén casi concebidos para ser contados, para darnos la idea de que la realidad nos transforma. Es casi como poner en evidencia que somos vulnerables, que hay una parte de nosotros que no conocemos y solo podemos acceder a ella a través de una experiencia dramática. Me pregunto cómo reaccionaríamos a cosas que no nos han pasado nunca. Y es lo que hago con los personajes de las historias. A veces se enfrentan a ello de forma más cómica o más hilarante, pero siempre es un quiebre de la realidad, un elemento inexplicable. Para mí lo importante no es el acontecimiento en sí, sino cómo los personajes los encaran.
La pandemia es, posiblemente, lo más inesperado que nos va a pasar a muchos en nuestras vidas. ¿Cómo lo vivió?
—La pandemia es el ejemplo perfecto de algo inexplicable e inesperado y ha cambiado la manera de ver el mundo. Ya no somos los mismos que antes, ni tú ni yo ni casi nadie. Los cuentos están escritos de antes, pero al corregirlos o reescribir algunas partes sí que ya había estallado la pandemia y hay cierto poso de esa sensación de encierro. Especialmente en el último relato, La montaña mágica, aparecen elementos de la pandemia. Creo que nos ha unido como comunidad. En un momento dado, con los aplausos en los balcones y luego con los abrazos, por ejemplo, hubo ese sentimiento de colectividad, de camaradería y sororidad fuerte cuando la tragedia estaba aquí. Aunque también pienso que se nos ha olvidado un poco todo aquello y es una pena. Desafortunadamante ocurren cosas que nos demuestran que no somos nadie sin los otros, pero cuando todo va bien todo el mundo es independiente y cree no necesitar a nadie más.
La identidad es un tema fundamental también del libro...
—Sí, especialmente el cómo nos identificamos respecto a las cosas que nos ocurren. Cuando tu vida es rutinaria te reconoces en cada uno de los actos, pero si te sucede algo que no sabes explicar y no tienes las herramientas para combatirlo, tienes que volver a definirte. Y eso es lo que sentí cuando la pandemia, como escritor: el mundo está fatal, ¿qué puedo hacer yo o cuál es mi lugar en la tragedia, desde mi casa? Nos ha hecho replantearnos nuestro lugar en la tragedia. La escritura existe para preguntarse qué sería de nosotros si no somos los que somos ahora.
¿Y qué está escribiendo ahora?
—Una novela que no sé muy bien cuando acabaré. Va de un hombre que rapta a sus propios hijos para llevárselos de viaje para explorar accidentes astronómicos.
Sin comentarios
Para comentar es necesario estar registrado en Ultima Hora
De momento no hay comentarios.