Lo malo de la obra de los autores importantes es que es finita y, antes o después, se acaba. La de Robert Graves (Wimbledon, 1895 - Deià, 1985) no es una excepción. Si uno queda cautivado por la pluma de alguien se encuentra, en ocasiones, ante un dilema irresoluble: querer leerlo todo y, al mismo tiempo, querer tener siempre algo nuevo que leer. En el caso de Graves se podría decir que ese dilema se ha resuelto. El autor de obras como Yo, Claudio fue un prolífico escritor de cartas y mantuvo correspondencias con un sinfín de personajes. Estos días, en CaixaForum Palma, la Fundación que lleva su nombre dedica su congreso internacional a analizar dicho material epistolar que su hijo William está recopilando y digitalizando.
«Mi padre debe ser uno de los últimos escritores que dejó un epistolario tan largo», relata a Ultima Hora William quien avanza tener ya «unas 8.000 cartas» y calcula que habrá unas «2.000 o 3.000 más repartidas en colecciones privadas, archivos de editoriales, etcétera». Uno de los motivos para que se conserven tantos de estos ejemplares manuscritos es que «mi padre ya era un poeta reconocido a los 21 años y se le publicaba, por lo que la gente guardaba sus cartas».Y, bueno, también influye que «él se comunicaba muchísimo por carta», reconoce su primogénito.
Ahora, William, quien posee el copyright del contenido de las cartas, está recopilándolas junto a su hijo Felipe, que es especialista en base de datos, para «transcribirlas y digitalizarlas» y lograr que quien quiera leerlas «pueda hacerlo» porque están muy repartidas, ya sea en las universidades de Oxford, Cambridge o Londres, así como la Biblioteca Pública deNueva York, además de un gran número de lugares dispersos por el mundo. Esa información, la del lugar en el que se hallan las cartas, también está en la base de datos.
Las cartas, además, permiten prácticamente un repaso por toda la biografía del escritor, permitiendo arrojar luz sobre «muchas cosas que ni nosotros mismos sabíamos», y ofrece algunos ejemplos, como «que el piloto que trasladó a mi padre a Mallorca en el 46 resultó ser el mismo que llevó a Franco de Canarias a Tetuán» o que «como mis padres no estaban casados cuando nací, yo no tenía papeles y había problemas con mi cartilla de racionamiento durante la guerra, algo que acabó arreglando un coronel». Todo ello, «detalles que no puedes saber a menos que leas las cartas», al fin y al cabo.
Literario
Está siendo una experiencia «que estoy disfrutando muchísimo» y que no solo aporta información sobre la faceta personal de Robert Graves, sino que «hay de todo aquí», «la parte literaria, porque mi padre también escribía y comentaba con sus amigos lo que escribía y lo que pensaba escribir», sugiere William. Por no hablar de todo lo que implica poder echar la vista atrás a un formato tan desaparecido como es la correspondencia escrita: «Los jóvenes de ahora ni siquiera sabrían por dónde empezar a leer las cartas porque para ahorrar en papel, mi padre escribía en los huecos en blanco y donde pudiera», un esquema mental imposible para quien está acostumbrado al formato digital, que permite ampliar al infinito el espacio para escribir o rehacer lo ya escrito. Una labor, pues, que no solo acerca al padre con sus hijos, sino al autor con sus lectores y admiradores.
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