El cantante, escritor y representante del Consell per la República en el Exili, Lluís Llach, posó para esta entrevista. | M. À. Cañellas

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La actualidad le tiene bien cogido. La conversación con Lluís Llach se ve afectada, primero, por una conexión telemática con el Consell de la República Catalana al Exili. Luego, por el cohete chino fuera de control. No hay aparente relación entre ambos fenómenos, pero sí afectan su agenda de una manera similar. El día a día es lo que tiene y, quizá por eso, el que fuera uno de Els Setze Jutges disfruta tanto de escribir ficción: «He encontrado en ello un incentivo de aprendizaje porque por cada tema, descubro cosas nuevas que no sabía», explicó ayer el cantautor antes de atender a un coloquio convocado por la Assemblea Sobiranista de Mallorca en Petra.

Pero aunque la escritura es algo que disfruta el ya autor de cinco libros, sus quehaceres políticos le mantienen bien ocupado. Nunca se ha dudado del compromiso del autor de L'Estaca, pero recientemente sí ha habido discrepancias con la estrategia de los dirigentes de ERC y Junts per Catalunya. O, como él mismo lo describe: «No es ninguna estrategia, es una rendición. Han renunciado a la confrontación y sin ello no hay negociación posible», juzga el catalán. «La represión del Estado español ha tenido efecto, sobre todo los indultos, y han instaurado el miedo en el organigrama de los partidos. La demostración está en ERC». Y lo dice con pesadumbre: «Fue Oriol quien me convenció, pero oírle hablar de que ahora la tentativa es la independencia en dos generaciones... se ve el miedo», destaca Llach.

Para él, además, es curioso como «ahora se habla de la mesa de negociación cuando eso era algo que quería el Estado, no nosotros, y nadie dice que se hayan equivocado. Ni ERC, ni Junqueras, nadie. Y cuando uno dice norte y seis meses después dice sur, y no pides perdón ni lo explicas, pues es muy difícil de entender». A pesar de todo, para el escritor la consigna es la misma: «El proyecto español no me gusta nada, lo encuentro terrorífico». Según Llach, el España tiene «un Estado que es una podredumbre dominada por una élite que hizo una transición para seguir haciendo lo mismo y, de todos ellos, los peores son los cretinos que dicen que son de izquierdas. Los socialistas son los más corruptos políticamente y Felipe González es el primer pervertidor de la democracia española».

Aniquilación

Por otra parte, desde las instituciones hay «una obsesión de matriz castellana por aniquilar la nación catalana». Un empeño que «es muy difícil porque cuando una entidad es poble de verdad, es muy difícil acabar con ella, pero el Estado nos ha tratado como una colonia siempre y políticamente lo han hecho muy bien porque han creado el sentimiento de anticatalanismo dentro de los Països Catalans». No obstante, también asume parte de la culpa: «Algo de responsabilidad también tenemos nosotros porque a veces desde Catalunya nos hemos comportado como la metrópolis, pero luego piensas: ¿Metrópolis de qué?».

En cualquier caso, es difícil de aniquilar, como detalla el escritor, y por ello el intento a través de la cultura: «Lo demuestran cada día: el control de las horas de catalán en las aulas, cuando tenemos un medio se regulan las franjas, etcétera. Si la cultura no fuera trascendente no habría tanto interés en minorizarla. Se gastan dinero, medios e incluso prestigio democrático por ello». Es con esta perspectiva que el objetivo no es otro que la independencia, y eso lo tienen muy claro los miembros del pueblo, aunque quizá no tanto los políticos en opinión de Llach: «No he conocido a ningún independentista que haya dejado de serlo. Hay cabreo, decepción, pero también la voluntad de reflexionar sobre esta lucha y ver cómo convertir la hecatombe en el Parlament más renunciador que hemos tenido nunca».