El escritor y profesor José Enrique Ruiz-Domènec, autor de ‘El sueño de Ulises’, retratado en Las Palmas de Gran Canaria. | Carles Domènec

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El reconocido historiador y profesor José Enrique Ruiz-Domènec (Granada, 1948) condensa en El sueño de Ulises (que edita Taurus, en castellano, y La Rosa dels Vents, en catalán) tres milenios de cultura del Mediterráneo, situándola en una posición central del estudio de las civilizaciones. Ruiz-Domènec participó en las últimas Converses de Formentor, que se celebraron en Las Palmas de Gran Canaria.

¿Qué criterio ha seguido para resumir tantos años de historia en un solo volumen?
— La cronología viene impuesta por el propio orden político cultural del Mediterráneo. Hubo un conflicto, en la época del Bronce tardío, entre las ciudades del Mediterráneo oriental, que dejó una profunda herida, derrumbó un gran sistema global y dejó un gran eco en la memoria colectiva. Ese eco fue elaborado por poetas en una tradición oral hasta que un personaje, que identificamos siempre como Homero, lo fijó por escrito. Es una convención literaria e historiográfica que aceptamos. Era inevitable que el principio fuera la recreación de ese gran suceso que fue, en el siglo XII a.C., la guerra de Troya.

Y llega hasta la actualidad.
— El final es el desafío del Mediterráneo y la llegada de las pateras. Se traza un arco cronológico, siguiendo las líneas de los grandes historiadores clásicos modernos, creando un pensamiento propio y encontrando una estructura latente, que he llamado El sueño de Ulises.

El título hace pensar en la novela Ulisses a alta mar de Baltasar Porcel.
— Baltasar Porcel estaba convencido de que, detrás de la espuma de los acontecimientos y de su interpretación, existía algo que se debía perseguir. Él me decía que, por mi condición de historiador clásico, podía ver más que los demás, porque podía enfrentarme a distintas cuestiones con una actitud basada en el fondo.

Destaca en el libro un discurso global de todas las épocas.
— He escrito mucho y debatido mucho, necesitaba escribir un relato. No es un libro hecho a retazos, es un libro uniforme. Es una reflexión de la sociedad. Los intelectuales tenemos un compromiso social. La sociedad me dio el privilegio de pagarme para que estudiara y hay que devolverlo.

Dice que la historia está viva: el periodismo puede entenderse como el relato en directo de la historia.
— La historia hace ciudadanos libres. No debe ser una asignatura de una carrera concreta. Es un elemento de educación ciudadana. En periodismo, la buena formación en historia ayudaría a perfilar lo que está sucediendo y calcular mejor la opinión pública. Un libro como el mío, bien leído, ayuda a pensar que la cuestión de las pateras es un problema profundo que provoca desafíos que hay que aceptar, como el mestizaje y la interculturalidad. El Mediterráneo tiene una historia común. Un gran desafío es saber qué pasará. El futuro no está muy lejos del pasado. Si no entiendes la historia, la repites.

Artistas como Miquel Barceló buscan la Mallorca primigenia en el Tíbet o África.
— Hay autores que buscan las raíces en otras culturas porque tienen una mala idea de lo que es la historia actual. Han leído historia mala. Dejar de leer historia mala es una asignatura pendiente de la sociedad. Es como leer mala novela y pensar que no te gusta la novela. Es una cuestión de metodología, apreciación y escritura.

A estas alturas, ¿qué puede exportar el Mediterráneo?
— Europa, cuando crea la Unión Europea, no entiende que el Mediterráneo es una autopista de información y comunicación, y que el mestizaje es lo que forma a Europa. Cuando se hunde el Imperio Romano, y llegan los germanos y los eslavos, se unen a los latinos y crean al europeo. Que Europa sospeche del mestizaje, es una mala lectura de su historia. En el Mediterráneo, las comunidades son abiertas. Eso obliga a la imaginación, el diálogo y la negociación. China, que es una potencia emergente, piensa que el Mediterráneo tiene muchas posibilidades. Financia la construcción de la gran ciudad al este del Cairo, primera gran ciudad mediterránea del siglo XXI, que eclipsará a las del Golfo Pérsico.

La Unión Europea se creó para la paz. ¿Sigue siendo esa su función?
— El plan Marshall tenía una condición, que el Rin dejara de ser una frontera y que hubiera entente franco-alemán. El segundo objetivo era limitar la inflación. Nadie quiere volver a los terribles años 30. Alemania siempre ha tenido interés por lo que sucedía al este. Su problema ha sido la dependencia energética.

¿Puede ser la belleza una reacción a los tiempos convulsos?
— Afortunadamente, la vida humana es compleja. La tensión creativa se da en ocasiones en un plano de libertad y, en otras, en condiciones muy adversas. En el Renacimiento, los conflictos ideológicos entre ciudades italianas estaban a la misma altura que los progresos tecnológicos y artísticos. El espíritu del Renacimiento era buscar, entre dificultades, soluciones a problemas mayúsculos. Una solución era la belleza, como realidad estética pero también desde el punto de visto filosófico.