Es Gremi acoge mañana a estos fervientes embajadores del pop mallorquín.

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En 1986 Argentina se coronaba campeona del mundo de fútbol, el comenta Halley orbitaba el sol por última vez en el siglo XX y una fuga radiactiva ponía en jaque a toda Europa. En el plano musical, dos bandas ponían su pica en la eternidad de la mano de London 0 Hull 4 y The Queen is Dead. Y, bueno, por estos lares vivíamos la irrupción de La Granja, uno de los grandes embajadores del pop ‘fet a Mallorca'. Si no le suena esta banda apuesto que A: sus gustos discurren calle abajo y sin frenos por las laderas de la música urbana, o B: Pertenece, querido lector, a la ‘laureada' generación millenial. En cuyo caso y parafraseando a un amigo, solo puedo decirle ‘haber nacido antes'. El resto tiene una cita mañana en Es Gremi, apunte, a partir de las 21.00.

«Quiero vivir como la gente común / quiero hacer lo que hace la gente común / quiero acostarme con gente común», cantaba Jarvis Cocker en ese viñeta perfecta de la Inglaterra de los 90 que es Common People. Una década antes, nuestros muchachos ya habían dibujado un sólido retrato de su generación en Los chicos quieren diversión, un tema ideal para silbar a lomos de un vespino blanco. La Granja emergió en mitad de un panorama prometedor. Por un lado estaba el revival mod español, que como todo en este país llegaba tarde; mientras, en Manchester comenzaba a fraguarse un sonido, híbrido de rock y sintetizadores, que sacudiría al mundo con su atractiva mezcla de arrogancia e innovación.

Por el flanco americano asomaba una escena que dominaría al mundo en lo sucesivo, el grunge. Con base en Seattle, esa ciudad en la que llueve nueve meses al año, nada animado podía salir de sus guitarras. Camisas de cuadros, rabia y angustia generacional se filtraban en el repertorio de sus bandas. Mientras, en las ‘españas' la radio nos bombardeaba por tierra, mar y aire con Brother in arms, un álbum que en su día detestaba y hoy contemplo con admiración. Basta echar un vistazo a la radio actual para entenderlo.

En ese contexto enrarecido sobresalía el talento de Miquel Gibert para componer canciones con aroma a hit, su versatilidad para crear atmósferas coloridas con la guitarra, así como la capacidad vocal de Guillermo Porcel transformaron a La Granja en un clásico de los 80. En el seno de esta banda conviven variopintos gustos musicales, de la anglofilia militante de Gibert al rodillo rockero de Pablo Ochando, un mosaico difícil de cuadrar del que nace un pop enérgico y sincopado que no se ata a los mandatos más convencionales del género.

Como el turrón, La Granja regresa por Navidad. En un contexto en el que prima la retromanía, los muchachos visitan su escenario fetiche para sellar un pacto con su público. Los primeros esparcen unas migajas de su magia, mientras los otros reviven, al menos por un instante, su juventud. Como sea, todos ganan. Prepárese para una noche enterrada en varios niveles de nostalgia que nos deja un mensaje aleccionador: todos intentamos olvidar que nada dura para siempre.