Fotografía de archivo (09/11/2016), del escritor Fernando Sánchez Dragó. | XOÁN REY

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He tenido la gran suerte de departir y pasear mucho por Madrid con Fernando Sánchez Dragó, oveja negra de todas las España y personaje educadísimo, siempre cordial, en Oriente y en Occidente.
La primera vez que le estreché la mano fue en Mallorca, hará la friolera de casi 35 años en el hotel Valparaíso. Fuimos a oír una de sus conferencias tres toreros o espadas: Alberto Saoner, José María Sarriegui, los dos muy añorados, y un servidor de ustedes.

En aquel encuentro me regaló un par de libros suyos y me dijo «Jesús, ahora es el momento de que empieces a viajar». Y empecé a viajar escribiendo guías turísticas de medio mundo siguiendo la estela del maestro Dragó.

Cuando lo veía por Madrid, siempre nuestro tema central era recordar a Alberto Saoner, nuestro querido catedrático de la UIB, porque ambos, con Ramón Tamames y Javier Muguerza, estuvieron disfrutando de la cárcel de Carabanchel en el límite del franquismo. Todo esto lo reflejo Fernando en su libro de memorias, Galgo corredor.

Letrados e iletrados, todo el mundo lo conocía, y en casi todas partes: recuerdo estar en la Autoridad de Antigüedades de El Cairo, cerca de la estación Ramsés (no confundir con el restaurante) y el responsable mameluco de la institución me balbuceó en inglés: «ayer estuvo por aquí Sánchez Dragó».

Siempre daba gusto estar con Fernando, siempre alumbraba a su manera, pero alumbraba, siempre se quedaba uno anodadado de sus inquietudes, de su vitalidad irreprimible, de lo que sabía y hasta de lo que no sabía (que también lo sabía). Vamos mal: ya no nos queda ni un intelectual vivo, ya solo nos resta apelar a los muchos intelectuales de nuestro país que están en El Valle de los Muertos y cuya obra se deteriora cada día a golpe de analfabetismo sectario y político. Descansa en paz, Fernando.

Dicen que eras de derechas, pero sobre todo eras muy libre contra viento y marea. Genio, figura, gran persona. No se puede decir más en tu contra, Fernando. A favor tuyo: pues que siempre que veía uno de tus programas, me entraban unas ganas irreprimibles de leer. Sí, he dicho, leer (¿se estila eso?).