Cuando el espectador entra en una sala de cine, lo primero que ve en la gran pantalla es un fondo negro. Lo mismo llega cuando la película ha concluido, después de los créditos. La misma lógica presenta Bibi Andersson murió ayer (Disset Edició), un poemario fílmico que firman la escritora Carlota Vicens (Palma, 1967) y el dibujante Bartolomé Seguí (Palma, 1962). El nuevo tándem artístico lo presentará el próximo 27 de abril en la librería Rata Corner de Palma.
Aunque el cine es la razón de ser del libro, su autora recalca que no son poemas que hablan de títulos concretos, sino que los versos transmiten el «poso» que estas dejaron en su memoria. De hecho, Vicens cuenta que cuando decidió escribir estos poemas fílmicos se impuso la «autoexigencia» de no volver a ver ninguna película, pues «la verdad del filme era lo que había quedado en mi, aunque fuera más o menos fiel a la realidad, porque así son los recuerdos». «Únicamente consulté en internet los versos que aparecen al principio de El árbol de la vida, porque quería reproducirlos en el poema y no me acordaba», puntualiza.
Además de esta cinta de Terrence Malick estrenada en 2011, en el libro aparecen obras tan diferentes como El sol del membrillo, César debe morir, pasando por la Blancanieves de Pablo Berger hasta La gran belleza, Las fresas salvajes, La novia cadáver, Twin Peaks y Ordet. Sin embargo, Vicens avisa que, en realidad, el lector encontrará muchos más títulos de los que se detallan en el índice ya que Seguí expande también su imaginario cinéfilo y, en sus dibujos que son secuencias y fotogramas, incorpora de forma más o menos sutil algunas otras películas.
En todo caso, para el crítico Álex Gorina, que firma el prólogo del volumen, la mayoría de las cintas elegidas por Vicens tienen en común las tinieblas y el miedo, «seres que pertenecen a la vigilia, a los monstruos de la razón, a la distorsión subconsciente».
Técnicas
Bibi Andersson murió ayer –título que responde al germen de este volumen, concretamente con Las fresas salvajes, de Ingmar Bergman– arranca con Western, un poema que también quiere rendir homenaje a este género que fue la puerta de entrada al séptimo arte para la autora y tantos otros de su generación, como ella misma asegura. Le sigue Raccord y, unos pocos poemas más adelante, Plano secuencia y Voz en off , todos ellos dedicados a estas técnicas cinematográficas. Los tres, como ya argumenta Vicens en un breve epílogo, son sonetos, «puesto que es una de las composiciones más técnicas, no por ello menos hermosa».
Así pues, Vicens se ha servido del cine para articular un poemario íntimo, en el que, como ella misma confiesa, se muestra menos «hermética» que en sus anteriores obras, y con el que, aunque no de forma consciente, quiere «reivindicar la presencia del cine en las escuelas, pues todas estas películas se están perdiendo y es una pena, ya que hablan de la vida y la muerte, del ser humano». Por ello, no es de extrañar que la autora lamente haber tenido que dejar fuera muchas otras obras maestras del cine, como El acorazado Potemkin(Sergei M. Eisenstein, 1925). «Me quedé con el momento en el que llevan al protagonista a tierra y caminan por ese rayo de sol o de luna, no lo recuerdo bien, sobre el agua. Es maravilloso», concluye.
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