Andrea Genovart (Barcelona, 1993) es licenciada en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada por la UB. | Patricia Flores

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Cuando decimos que alguien no tiene filtros no suele ser precisamente en un sentido positivo, pues se considera que esa persona es desconsiderada o se salta unos códigos sociales concretos. Sin embargo, en el mundo de los pensamientos esas reglas no existen. Andrea Genovart (Barcelona, 1993) sostiene que no controlamos lo que pensamos, pero sí lo que decimos a los demás. Esa es la base que sustenta su reconocido debut, Consum preferent, ganador del último Premi Llibres Anagrama de Novel·la. Lo presentará este sábado 27 de mayo, a las 18.00 horas, en la Fira del Llibre de Palma, que se celebra en el Passeig del Born.

Alba es una chica que ronda los treinta, de Barcelona, que siente que no tiene derecho a quejarse, a ser una víctima. ¿Diría que es algo propio de esta generación?
—Creo que es uno de los grandes retos de hoy en día. Pienso que las nuevas generaciones somos más conscientes del mundo y de sus problemas, más críticos y autocríticos, y tienen un horizonte más amplio a través del cual comparar su malestar, que tiene que ver con el acceso a la información y a la inmediatez.

Ella se siente perdida, no sabe quién es ni cuál es su vocación. Como ella misma reconoce, vive «conectada con el vacío más extremo».
—Por una parte, hay una dificultad por tener un marco estable y seguro, más relajado, que tiene que ver con conflictos no resueltos por causas políticas, económicas, de lucha heteropatriarcal etcétera. Por otra, quería resaltar ideas que tenemos interiorizados históricamente y culturalmente. Por eso hay conceptos en mayúsculas como La Vocació o Encara Ets Molt Jove, como si fueran divinidades, tótems. Son ideas muy absolutas y exigentes que provocan una alienación emocional brutal, una gran angustia. Esto surge de preguntarme si son ideas tan necesarias para vivir y estar bien en un entorno. Alba tiene unas necesidades que, en realidad, vienen como una demanda ideológica determinada sobre cómo debería sentirse, cómo debería pensar, qué debería querer... ¿Y por qué tiene que querer algo? Su drama es que no puede encarnar estas demandas externas y, a la vez, no puede renunciar al deseo de querer encarnarlas. Es decir: hace un problema de algo que no tiene porqué ser un conflicto.

¿Qué comparte con Alba?
—Lo que atraviesa el libro es que experimento esas demandas y que soy consciente de toda esa vorágine discursiva ideológica. Y muchas veces percibo la imposibilidad de conciliarlo. Es la experiencia de una persona que está en medio de una ciudad moderna y piensa e intenta pensar otra cosa y no sale adelante. Si te fijas, sabemos poco de la narradora y lo que sabemos es en contraposición. Se define a partir de lo que proyecta en los demás lo que cree que piensan de ella. Y eso no dejan de ser prejuicios, clichés, estereotipos o imaginarios que todos tenemos o sentimos con los que están cerca.

Parece que detrás de Consum preferent había una intención y un mensaje claros.
—Lo que tenía claro era el estilo. Para mí el estilo es el tema. No podía transmitir lo que quería, ese caos ideológico, esas demandas externas inasimilables o pensamientos que tiene la protagonista cuando vomita o está borracha sin hacerlo desde el lenguaje. No quería que Alba dijera ‘tengo la sensación de que Barcelona es una ciudad caótica y sobrestimulada', sino que lo experimentara a través de la narradora. Por eso hay WhatsApp, pensamientos racionales y otros etílicos o textos hiperfragmentados. La narradora no puede mediar con el entorno, cambia de idioma, de estado de ánimo... La realidad es polifónica y diversa, inconciliable en un único marco narrativo.

Es una lectura que resulta un tanto enfermiza.
—Es fuerte porque no lo he dicho nunca, pero para mí el humor es muy importante. Hay gente que cree que es un libro súper triste y luego otros que me dicen que se han partido de risa, pero normalmente no se dan las dos posiciones. De hecho, normalmente quien se ríe más es gente más mayor y, los más cercanos a Alba me han dicho que no han podido empatizar con el humor.

Alba no tiene filtro, toda la novela es una arcada, un torrente de vómito.
—Algo que también me resulta interesante, como licenciada en teoría literaria, es cómo entendemos la ficción. Creo que es sintomático de esta sociedad lectora de hoy en día que te sorprenda que una voz en primera persona no tenga filtro. Cuando pensamos y estamos solos en casa no tenemos filtro, no decidimos lo que pensamos, pero sí lo que decimos a los demás. Alba es muy consciente de los códigos del entorno, por eso no expresa lo que piensa, sino que repiensa e intenta pensar de nuevo, sin hacer ver que hay traumas o prejuicios ¿Por qué la gente que lee un relato en primera persona espera que sea políticamente correcto? ¡Tendrías que sospechar cuando haya filtro, porque no será verosímil!

Está muy presente la presión de ser joven y tener que comerte el mundo.
—La idea de ser joven o de que sea una novela generacional me parece absurda. Es como decir que es en clave de mujer. Todo el mundo se puede identificar con Alba o los demás personajes en algún momento. Parece que somos jóvenes si interesa. Ser joven es circunstancial, depende del momento. ¿Soy joven en relación a qué o para qué? Son ideas que se imponen externamente e intentas asumir. De ahí viene el título de Consum preferent. Cuando quieres comerte un yogur y pone que está pasada la fecha de consumo preferente, pero no llega a la caducidad, te lo piensas muchas veces antes de comértelo. Lo crees a ciegas, no puedes contrastarlo.

De hecho, la mezcla de castellano e inglés ha generado polémica. ¿Cómo lo ve?
—El estilo obedece a una decisión determinada para esta novela en concreto. No quiero que se presuponga que defiendo este estilo ni que me caso con el deseo de escribir siempre de esta manera o esta clase de historias. Al final, sin quererlo, la lengua como elemento de ficción tiene también una carga política y el debate de hasta qué punto se permite en la ficción es interesante. La crítica es bienvenida, pero no para desplazarla hasta espacios con dinámicas hostiles que cuestionan la formación, la competencia de la autora o de si se trata de una estrategia de márketing por ser mujer joven.