El actor Enric Auquer, este lunes en Palma. | Carles Domènec

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Enric Auquer (Baix Empordà, Girona, 1988) interpreta en Quest a un biólogo que ha perdido a su mujer y llega a una isla donde vivirá un mágico proceso de transformación. El ganador de premios como el Goya (2020), el Gaudí (2020) o el Feroz (2022) presentó este lunes la película en el Atlàntida Mallorca Film Fest. En la conversación previa al estreno, enseguida incurre en cuestiones mayores como el proceso creativo en el cine o la importancia del teatro.

¿Cuáles son las características de su papel en Quest?
—Es una película muy sensorial. El punto de partida es un biólogo que se va a una isla llamada Quest. Su mujer acaba de morir. Es un psicodrama fantástico, casi un túnel de un personaje herido y dogmático, que busca la evidencia científica en todo, incluso en los sentimientos. Se enfrenta al duelo. La representación del duelo es una isla sin vida, donde empiezan a pasar cosas mágicas.

¿Hay un proceso de transformación del personaje?
—Sí, totalmente. En la isla, el personaje encuentra que la evidencia científica que busca en todo no existe. Parece una isla normal, pero no lo es. La búsqueda de la racionalidad en el duelo, acaba transformándole.

¿Cómo fue el rodaje en Mallorca?
—Se rodó en invierno, con el frío y esa típica luz melancólica. Alguien que conozca los lugares de rodaje identificará que se trata de Mallorca, pero figura que es una isla inventada.

Usted es del Empordà, lugar lleno de parecidos con la Isla.
—Rodar en Mallorca fue como coger una barca y llegar después de remar unos minutos. Me siento en casa. Es el mismo mar, el mismo olor y la misma esencia, esa sabiduría del payés y la buena comida.

Quest es la primera película de su directora, Antonina Obrador.
—Me gustan las óperas primas. Es una película hecha en poco tiempo y con poco dinero, donde surgen la creatividad y la magia. A veces, algunas superproducciones limitan la creatividad, no se te escucha porque no hay tiempo y todo está pensado. Me ha pasado con mujeres que dirigen, hay algo más colectivo, se escucha de forma más activa.

Después de los premios cosechados en los últimos tiempos, ¿hacia dónde va como actor?
—No quiero pensarlo porque no tienes demasiado control. Al final, tengo dos hijos, en Barcelona, una ciudad carísima, donde no siempre trabajas en lo que quieres y, a la vez, quieres descansar para poder estar con la familia.

¿Qué papel tiene el teatro en su vida de actor?
—En el festival Grec, acabamos de presentar el primer volumen de El día del Watusi, con Iván Morales. La voluntad es interpretar los tres libros de [Francisco] Casavella en un espectáculo. El teatro es mi escuela, mi esencia, donde he aprendido a ser actor y donde mejor me lo paso. Es mi vida. Lo que sucede es que el teatro está muy precarizado. Cada vez es más difícil luchar contra el privilegio que te da el cine o la televisión.

O con el privilegio laboral de las series.
—Intento no rodar series porque te hipotecas mucho. Te hacen firmar contratos de varias temporadas y no sabes lo que pasará. El teatro será siempre mi vida, aunque tiene que ser en proyectos que me apetezcan mucho y con personas determinadas. También hay mucho teatro que no me gusta nada.

Hay un tipo de teatro para complacer al espectador.
—También pasa en el cine. Se necesitan gestores culturales que programen con responsabilidad y buen gusto. Con dinero público, hay que programar bien y para todos los gustos.

¿Qué ha aprendido de la directora Antonina Obrador?
—Me ha sorprendido que quisiera descubrir la película durante el proceso creativo. Ha apostado por un punto de partida muy etéreo, porque lo es película, y se ha dejado sorprender.

¿Ha dejado margen a los actores para proponer?
—Mucho margen. No sólo a los actores. Todo el equipo aportaba, tanto en el rodaje como en el montaje, se han eliminado muchas escenas rodadas y se ha rescrito el guion.