El filósofo y crítico de arte Fernando Castro. | Pere Bota

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Casa Planas celebra el viernes su Festa de la Fotografia, evento impulsado por Josep Planas en los 70 a modo de concurso fotográfico y congreso internacional. Ahora, medio siglo después, con motivo del Día Internacional del Patrimonio Audiovisual, el centro reúne un programa para pensar la relación entre la imagen y el turismo. Uno de los ponentes es el filósofo y crítico Fernando Castro que ofrecerá una masterclass bajo el título de Turismo y naufragios.

¿En qué consistirá su actuación en Casa Planas?
Me han pedido que analice toda esa impresionante documentación que tienen que es un material único en España y un templo a escala europea. Por periodo histórico y transformación de la Isla, además con el turismo y su poder económico y social, tiene un gran valor. Sobre ello escribiré y pensaré una reflexión sobre lo que supone el turismo para la cultura y el arte contemporáneo.

El título de la charla es Turismos y naufragios, ¿sobre qué girará?
Quiero meditar sobre dos momentos: la importancia económica en la generación del trabajo y los ideales de ocio desde los 60 hasta la actualidad y el momento prepandemia en el que había un auge de la turismofobia, algo que parece prehistórico, pero de lo que solo han pasado unos pocos años y me pregunto qué ha quedado de ello en un lugar como Baleares, donde el impacto económico del turismo es principal. La idea es reflexionar sobre esto a partir de preguntas, sin proponer soluciones, y relacionarlo con el desarrollo de problemas ecológicos de primerísima magnitud. Además, Casa Planas permite ver cómo han cambiado lugares de la Isla, antes con vegetación y ahora con edificios, como señal del vertiginoso desarrollo, aunque no lo quiero ver en plan catastrofista, sino desde el análisis sociológico, estético y filosófico para pensarlo.

Comenta el parón en el turismo por la pandemia, ¿cree que se generó un efecto rebote cuando se pudo volver a viajar?
Y también de danza en el abismo. Recuerdo aquel primer día de desconfinamiento que nos dejaban caminar por la calle y me asomé a mi terraza y la gente salió a caminar como si no hubiera un mañana. Vi incluso gente que no sabía ni que eran vecinos míos. Fue como si dijeran: nos quedan dos días y detrás de nosotros el desierto. Es como el momento de hundimiento del Titanic con la orquesta tocando. Eso mismo ocurre con los viajes, los disparates de la urbanización, el consumo de combustible, etcétera. Es como una euforia caníbal, casi carnavalesca, de agotarlo todo porque no hay mañana ante lo que podrían ser los últimos días de la humanidad. Ante el gran abismo no pasa nada porque me he dado la gran comilona. Incluso Ayuso salió como la líder política con un proyecto delirante que era abrir los bares. Frente a la pandemia, el botellín de cerveza. No hemos aprendido nada de la pandemia, solo hemos salido más voraces. En el siglo XIX los aristócratas viajaban para ver naufragios, ahora, sin miedo y sin esperanza, vemos el nuestro y nos da un poco igual.

¿Qué opina de la posibilidad del turismo cultural en la Isla? Hay quienes pretenden reconvertir Magaluf en algo parecido.
Lo que está claro es que esa metamorfosis de los que hacen balconing a ir a un museo en lugar de tirarse de un balcón requiere de magia o de un nigromante. La sola idea de que quienes van a Magaluf a emborracharse y hacer ese catálogo de cosas aberrantes se levanten y al día siguiente, tras 18.000 cubatas, quieran ver un museo no tiene sentido ni posibilidad de tenerlo. Lo que pasa es que en España casi ninguna ciudad ha querido trabajar para ser una ciudad cultural o creativa. Es Baluard, por ejemplo, ¿tiene un modelo capaz de atraer turistas? No se ha hecho porque los museos tienen una concepción muy pasiva: estamos abiertos, que vengan a vernos. Y no solo los turistas, sino la propia gente de Palma. Si se hiciera un estudio serio sobre el tema, las contestaciones serían demoledoras. Es una oferta cerrada sobre sí misma y es normal que quienes van a ver una exposición a veces no la entiendan porque ni el que la ha hecho la comprende. Yo no me doy pomada, en este sector hacemos las cosas muy mal, y estoy seguro de que lo más cerca que muchos turistas han estado de una exposición de arte en Palma es el cóctel que se han tomado en el bar del Solleric.

¿Cree que hay posibilidad para el cambio?
Al frente de las cuestiones culturales en Palma ahora hay gente muy competente y vinculada al mundo del arte, pero quiero ver si hay un proyecto que convierta a la ciudad en algo importante, porque potencial tiene. Ocurre algo así con la Fundació Miró, ¿qué se está haciendo para atraer turistas? Debería ser un centro de enorme atracción y sin embargo tengo la impresión de que está bastante aplastado. Si la figura referencial no atrae a nadie nada va a hacerlo. El potencial de Baleares es enorme por tradición

¿Qué opina sobre la apertura de los museos al mundo digital? ¿Es buen reclamo el típico selfie ante una obra de arte o es solo un síntoma más del narcisismo imperante?
Bueno, en el fondo hay que entender que no se puede ir por la vida sin un poco de narcisismo. Nuestra cultura es egocéntrica y de mucho ombliguismo, pero es importante darse cuenta de que cierto grado de construcción de la identidad lo necesitamos todos. Los antiguos aristócratas viajaban y se llevaban un grabado o pedían hacerse un retrato, y ahora se busca confirmar que estuvieron en ese lugar a través de souvenirs. No es el peor de los males reconocerse en cosas que admiras, como la Gioconda, y si los museos encuentran un grado de vinculación de su público en redes sociales, bienvenido sea.

Usted ha dicho que el arte es un sismógrafo de lo que nos sucede, ¿qué lectura hace de nuestro mundo en función del arte que se crea ahora?
Creo que el arte sí tiene una capacidad de detectar temblores de tierra y avanzar lo que la sociología no es capaz de ver. Ahora creo que estamos en un momento en el que tras años de arte políticamente preocupado, gira hacia la ornamentalidad en una fase menos crítica, menos polémica y más acomodaticia. Es una sensación de aceptación del apocalipsis en un arte infantilizante, regresivo y sumamente decorativo. Es como aquella canción que decía ‘no quiero más dramas en mi vida, solo comedias entretenidas', y claro, el arte llega con retraso a lo que nos sucede y es una mezcla de infantilismo y senilidad. Si el arte se basa en repetición burocrática de lo que pasa en el mundo carece de interés porque para eso ya está el BOIB. Pero también tengo un espíritu jovial y cuando no se puede ir a peor es que solo se puede ir a mejor, y esto es la calma que precede a la tempestad, por lo que aguardo un momento dinámico, con enorme capacidad transformadora, aunque ahora estemos en una suerte de Día de la Marmota carente de pasión.