La escritora Ada Castells ha hablado este jueves en Quars Llibres sobre su última novela, 'Solastàlgia' (L'Altra Editorial). | Jaume Morey

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La solastalgia es el dolor de quien asiste a la destrucción de su entorno, de la Tierra. El término lo acuñó a principios de siglo el filósofo australiano Glenn Albrecht. Es, pues, una palabra relativamente moderna, pero que, tal y como lamenta la escritora y periodista catalana Ada Castells (Barcelona, 1968), «no ha tenido mucha fortuna». En cambio, sí que se habla habitualmente de ecoansiedad. Así las cosas, la autora decidió cambiar el título de Fragilitat por Solastàlgia (L'Altra Editorial) para su última novela, que presentó este jueves por la tarde en Quars Llibres. El acto, que consistió en un diálogo con Begoña Méndez (Palma, 1976) –autora de Lodo (Lengua de trapo)–, formaba parte del ciclo Màtries de la Fundació Mallorca Literària.

Así las cosas, Castells titula Solastàlgia, vocablo que aúna consuelo y dolor, a una historia protagonizada por Sara, una suerte de Quijote obsesionado por las lecturas apocalípticas que decide dejar atrás Barcelona para refugiarse en las montañas para salvarse del Gran Diluvio que azota la ciudad. La trama sirve a la autora para reflexionar sobre la salud mental, el cambio climático, la maternidad y, en general, acerca de las relaciones que establecemos con los demás y con nuestro entorno.

Sobre este fin del mundo inminente, Castells puntualiza que implica una «idea tan inabarcable, que sobrepasa la dimensión humana», que hace que «nos cueste mucho pensar que ocurrirá». «Tampoco sabemos cuándo sucederá. Ni la comunidad científica lo sabe exactamente», añade.

De esta manera, «si bien es cierto que tenemos que ser conscientes, eso no nos puede paralizar. Me preocupa que la solastalgia cree parálisis, de que se vea el problema pero, a la vez, uno piense que no puede vivir pensando en ello todo el rato, que no puede procrear porque no sabe ni tan siquiera si habrá futuro para sus hijos. Tampoco es cuestión de caer en la facilidad de ‘me da igual lo que pase, que el último apague la luz y ya lo arreglará otro', pero sí decir ‘vamos a tomar medidas y cambiar nuestro estilo de vida'».

En todo caso, la escritora asegura que ese cambio no tiene por qué ser negativo. «Puede que tampoco sea tan maravilloso hacer un viaje organizado a Tailandia sin saber qué ciudades visitas, teniendo en cuenta la huella de carbono que provocas o apresurarte en comprarte el último modelo de un móvil que, a la semana siguiente, puede que ya no sea el último. Esa carrera consumista es muy frustrante y no tiene sentido. Puede que debamos volver a las cosas que verdaderamente dan la felicidad».

La pandemia, cree Castells, pudo ser una lección en ese sentido y, en cierto modo, sí estimuló esas reflexiones. Lo que sí demostró, subraya, es la necesidad de saber estar con uno mismo, a solas.
«En una entrevista que le hice a Joan Margarit me dijo que lo mejor que podemos hacer en la educación de nuestros hijos es darles herramientas para encontrarse a sí mismos a través del arte, la música o la literatura porque, pase lo que pase, será un refugio en el que buscar consuelo. Está claro que la vida es hostil y no puedes defenderte de todo. Por ello es tan clave tener un pozo en el que buscar la felicidad interna del autoconocimiento, un pequeño oasis para salvarse del mundo», recuerda.

Con todo, si la protagonista de la novela sostiene que el ser humano es una plaga que debería extinguirse, Castells discrepa. «Estoy en contra de ese discurso. Tenemos que reivindicar el valor del ser humano y volvernos a querer. Prefiero creer que no somos seres destructivos, sino que somos capaces de ser mejores porque, si no, caemos en la represión y el autoodio porque no podemos hacer nada. La prohibición no va a ningún sitio», razona.

Por otra parte, la novela también aborda la salud mental. En un momento en el que el mundo se está acabando, la protagonista parece recuperarse de una enfermedad. Según la autora, «ver las cosas desde un prisma de no normalidad hace llegar a soluciones o salidas que, desde la normalidad, no se habían previsto».

Respecto a la maternidad, Castells critica que, cuando se habla de adolescentes –la hija de la protagonista lo es–, a las madres «no se las acompaña socialmente, de hecho, se las tilda de histéricas, cuando en realidad es un periodo muy complejo en el que tienen que pasar por una separación, por un duelo».

«Siempre me han gustado las utopías y los finales felices, quiero dar al mundo un happy ending, pero me sale el animal triste, o realista, que llevo dentro. Es difícil. Soy una ingenua militante, pero es que la ingenuidad y el candor es lo que hace que nos acerquemos al otro, que no nos blindemos en un búnker. La ingenuidad es clave», remarca.

Para el que quiera profundizar en Solastàlgia, Castells creó una especie de making of de la novela en formato de conferencia teatralizada que se estrenó en mayo en el Teatre Romea de Barcelona. Como el libro, la propuesta está marcada por un tono irónico que «nos sitúa en la contradicción en la que nos encontramos de no poder rehuir del problema y el deber de preocuparnos sin obsesionarnos. La conclusión es que lo mejor que podemos hacer es morir o vivir angustiados sin apreciar lo que nos envuelve».