El cineasta Agustí Villaronga en una imagen de archivo. | M. À. Cañellas

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El 22 de enero de 2023 fallecía Agustí Villaronga, considerado como el más importante cineasta mallorquín hasta la fecha. En el aniversario de su muerte, Ultima Hora pregunta a algunos cineastas que le conocieron y admiran para que evalúen el grado de importancia de una figura cuya huella es imposible de borrar y para quien «cualquier reconocimiento es poco». Que sirva este texto como un pequeño homenaje.

El cineasta Rafa Cortés recuerda que la primera impresión que tuvo de Villaronga fue, digamos, inesperada. Cortés trabajaba en las localizaciones de El mar y Villaronga actuaba en El celo, de Toni Aloy, por lo que iba a verle al rodaje donde Agustí iba caracterizado de fantasma con una peluca larguísima. Cortés, todavía con la emoción de «hablar con el maestro» y que viera su trabajo, no pudo evitar darse cuenta de «lo raro que era» que le recibiera así, y no pudo evitar confesarle que «no podría tomarle en serio». La respuesta de Villaronga fue la siguiente: «Ets un imbècil». Fue la primera de las miles de veces que luego se lo repetiría en años y años de amistad.

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El cineasta Rafa Cortés: «Villaronga demuestra que tener voz y pronunciarla es de un grandísimo valor»

La primera película que vio de él fue Tras el cristal, vista en una «época en la que empezaba a interesarme el cine», rememora Cortés que ya sintió en ella «un impacto por cómo está hecha y por la sensibilidad que tenía para rodar y entender los recovecos más oscuros del alma humana y por lo inesperado de la originalidad de la trama».

Ese grado de precisión, «de sensibilidad, turbiedad, sinceridad, complejidad», define la mirada de Villaronga para Cortés, capaz de hallar una «conexión absoluta en su forma de ver el mundo y traducirla en imágenes con un poder iconográfico y una fuerza incuestionables».

Por ello, para Cortés, el cine de Villaronga es «personal, potente, profundo, tan valiente como a la vez inocente» y «siempre siguió siendo ese niño asustado y sensible que no podía hacer más que rodar como quien grita cuando nadie mira».

Por todo lo dicho, es «absurdo» tratar de rellenar el hueco de Villaronga como lo es tratar de rellenar el de Hitchcock, Bergman o Fellini: «No puede ser ocupado por nadie». Su huella, por otro lado, «es inmensa» y fue quien inició un camino que ahora otros pueden seguir desde el ejemplo de quien «demuestra que tener voz y saber pronunciarla, a pesar de que pueda haber oídos demasiado sensibles para escucharla, es de un grandísimo valor»..

Por su parte, Marga Melià rememora la primera cinta de Villaronga que vio: El mar. Le dejó «huella por diferente, arriesgada, poética». Fue también la primera de un cineasta isleño que veía, y supuso «un referente ver que alguien de aquí podía hacer películas así». Algo común a otros colegas que no solo le admiraban como director, sino también «por seguir luchando por hacer cine cuando las cosas eran difíciles, ser fiel a sí mismo y mantener la ilusión».

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La directora Marga Melià: «Fue un referente por seguir luchando por hacer cine»

Más allá de la pantalla, Melià tiene «un muy buen recuerdo de él como un hombre encantador, tímido, culto, humilde, divertido, generoso», lo cual unido a su faceta creativa le convierten, en palabras de Melià, «en uno de los más grandes artistas mallorquines de los últimos tiempos» para quien el éxito, más allá de reconocimientos, «fue seguir haciendo hasta el final el tipo de películas que él quiso hacer».

Otro cineasta isleño, Daniel Monzón, recuerda a Villaronga como «un hombre encantador y muy divertido» con el que rememora «reírnos juntos de todo con irónica complicidad, un amigo siempre cálido a pesar de la distancia». Monzón conoció a Villaronga cinematográficamente hablando a través de Tras el cristal, cinta de impresión «imborrable» que le «golpeó de tal modo a mis dieciocho años que aún recuerdo perfectamente la sesión, la atmósfera y el cine en el que la vi». A pesar de ir «solo», sintió «perfectamente la incomodidad y la angustia de los espectadores congregados porque se escuchaba tragar saliva y todos salimos con un nudo en la garganta».

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Daniel Monzón: «Villaronga está en la cúspide del cine balear»

De un tipo de cine personal, o como lo describe Monzón, «el suyo y de nadie más», la mirada de Villaronga es «cruda, poderosa y poética» y le ubica «en la cúspide» del cine balear y como «uno de los grandes autores europeos».

No duda Monzón en considerar la huella de Villaronga como «irrepetible porque nadie posee su mirada descarnada de observar y plasmar las pulsiones de lo humano» logrando algo «conmovedor y lírico a la vez». De ahí que Monzón extraiga una lección de Villaronga: «Lo mejor que uno puede ofrecer es la fuerza de su propia mirada».

Finalmente, el productor de la Perifèrica, Cesc Mulet, recuerda «perfectamente» su primera cita con el cine villaronguiano: Tras el cristal. Le causó una impresión que rozó «el ataque de ansiedad» y todavía rememora «el agobio increíble que me entró», detalla el mallorquín.

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Cesc Mulet: «Aunque se haya ido, Agustí está conmigo y con los que le recordamos»

Mulet, que se refiere a Villaronga siempre en presente, considera que aunque «se ha ido, está conmigo y con todos los que le recordamos» y se refiere a él como una persona a la que admira y para quien «el cine no era una profesión, sino su vida». Con una «mirada única», no cabe duda de que «es un autor» en el sentido más artístico del término y lo ejemplifica señalando que «tú ya sabes el plato que vas a degustar cuando te presenta un guiso». Por ello, al igual que para Monzón, Villaronga está en lo más alto del cine balear como «indiscutiblemente el maestro», pero también lo coloca «como uno de los grandes del ámbito español y europeo».

Echa la vista atrás también para relatar que se conocieron antes de su primer largometraje y que estuvo junto a él en el rodaje de su corto Al Mayurka (1980, y, finalmente, preguntado por cómo era en las distancias cortas, Mulet detalla que es difícil describirle: «Me viene a la cabeza una risa, una comida de potaje, un paseo, lo que en mallorquín diríamos dois. Agustí es Agustí».