Jordi Esteva, en una imagen reciente tomada en Palma. | Pilar Pellicer

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Ramon Llull dijo «Ves per lo món i meravella’t», algo que Jordi Esteva (Barcelona, 1951) ha convertido en su máxima, pues se ha dedicado a viajar por todo el mundo, especialmente a Oriente Medio, algo que ha plasmado en escritos, fotografías e incluso películas. Con nuevo libro bajo el brazo, Viaje a un mundo olvidado (Galaxia Gutenberg), el catalán viaja a la Isla con varios eventos. Este miércoles 21 de febrero presentará este volumen en la librería Rata Corner de Palma (19.00), algo que repetirá el viernes 23 en Món de Llibres, Manacor, a la misma hora. Asimismo, el jueves, a las 19.00 horas, proyectarán en el Estudi General Lul·lià de Palma su película Retorno al país de las almas (2010).

Una de las citas que abre Viaje a un mundo olvidado es Ves per lo món i meravella’t, de Ramon Llull. Esta parece que ha sido su filosofía de vida...
—Sí, por eso mismo he escogido esta frase. Es una incitación a salir de la rutina, del mundo en el que hemos crecido y a veces se queda demasiado pequeño y nos asfixia. Así que es necesario salir, descubrir... Es una invitación a la curiosidad, al conocimiento.

La clave es la curiosidad, algo que parece que está en peligro de extinción...
—Desgraciadamente es así, pero la curiosidad es lo que nos mantiene vivos; una vez la pierdes, te viene una tristeza profunda, es lo que te envejece, a parte de los años claro (risas). En mi opinión, cuando se pierde la curiosidad poca cosa queda, es una auténtica lástima. A veces la he perdido, no siempre estoy maravillado, pero las temporadas en las que la he perdido he vivido triste, como depresivo. Es un motor.

¿De qué nos sirve viajar? Si nos ceñimos a la RAE, simplemente implica un desplazamiento, aunque eso se queda corto.
—Viajar por viajar nunca me ha interesado. No me considero un aventurero o un viajero. Cuando era pequeño soñaba sin salir de la habitación, gracias a los mapas del mundo... No lo vivo como una competición por recorrer el mundo. Me llamaban la atención fotografías que me enseñaba mi padre. Quería conocer los oasis y la gente del desierto, el Océano Índico y los marineros árabes, las ceremonias africanas... Cuando pude salir al mundo fui a estos lugares. Eso me acerca más a un antropólogo. Y he ido regresando a esos parajes, pero nunca he llegado a descubrir el secreto, que siempre permanece oculto. He escrito libros y luego he hecho películas.

El jueves se proyecta Retorno al país de las almas.
—Es un filme sobre animismo africano y ceremonias de posesión. Fui allí en los años 90 y estudié esos fenómenos. Publiqué un libro con fotografías y, diez años más tarde, hice la película. Mucha gente me pregunta cómo lo hago para que la gente no note la cámara, pero es porque he ido muchas veces y me he hecho amigo de todos. Si no quieres a la gente, es imposible que se te abran. Gracias a esa complicidad he conseguido que en las películas parezca que no haya una cámara. Además, intento intervenir lo menos posible.

Viaje a un mundo olvidado es «una elegía por unas gentes, lugares, creencias y modos de vida que están desapareciendo», en detrimento de la diversidad. Entonces, si viajar es descubrir nuevas culturas y formas de ver el mundo y este se vuelve cada vez más uniforme, ¿viajar no tendrá sentido? O al revés, ¿tiene más sentido que nunca?
—Todo depende de lo que entendamos por viajar. El tipo de viaje que yo valoro y he hecho, sí que ha perdido un poco el sentido; el descubrir cosas, maravillarte como decía Llull... Por eso viajo a través de la memoria. Ya no busco lugares recónditos, sino a gente mayor, busco esa memoria que sus hijos ya no quieren escuchar porque son como batallitas de pesados. Lo que me gusta es reencontrar mundos desvanecidos y subsisten en la memoria de la gente. No hace falta ir en kayak por Orinoco, puedes hacer otro tipo de viaje, al lado de casa mismo.

El problema es que ahora viajar se asocia al turismo masivo, a la gentrificación...
—De nuevo, depende del viaje. Claro que se puede viajar. Aunque no creo en el viajar como quien va al cine a ver una película. No me quiero erigir entre el bien y el mal, quién soy yo para decir lo que hay que hacer o no, hay muchas maneras de viajar. Lo que digo es que no creo en el que viaja para ir de discotecas o estar todo el día en la piscina, prefiero el viaje de gente que va a ayudar una ONG, por ejemplo. Obviamente, el que quiere ir a Cancún a estar todo el día en la piscina que lo haga. Yo, desde luego, me aburriría mucho. Prefiero estar en casa con mis gatos y mi perra.

¿Qué ha aprendido de tantos viajes?
—He aprendido que el hombre es el mismo en todos los sitios, tiene las mismas preocupaciones, aunque lógicamente hay pequeñas variaciones. Todos somos iguales en todas partes, aunque nos creamos exóticos. Hay un momento en el que algo deja de ser exótico. Y, de hecho, es una idea peligrosa, porque puede evocar el colonialismo y, por tanto, la inferioridad. Las palabras pueden ser peligrosas.

Egipto parece su lugar en el mundo, si es que eso existe...
—Decía Almodóvar que 'el mundo árabe me ha tratado mal'. Pero no es el mundo árabe, sino el gobierno. Adoro Egipto, me encanta su gente, su sentido del humor, la cultura... Tengo muchos amigos allí. Es un país fascinante, me tiene robado el corazón. Y eso que he tenido problemas allí y he estado años sin poder ir. Ahora procuro ir una vez al año para ver a mis amigos. Es como mi segundo país. Me gusta mucho regresar a los mismos lugares. Me encantaría volver a Irán, a Siria... pero es muy mal momento. Nunca he ido a Irak, por ejemplo, y ojalá vaya algún día; también a ver las cuatro piedras que quedan de Babilonia. Es mi viaje pendiente. Oriente Medio me atrae mucho, especialmente los lugares en los que hay civilizaciones perdidas. Adoro caminar por las ruinas, por ciudades enterradas. No soy de selvas ni lugares inexplorados. Soy de lugares vividos, necesito el poso...

Después de El impulso nómada y Viaje a un mundo olvidado, ¿habrá un tercer volumen de memorias?
—Sí, de hecho ya estoy trabajando en él. El primero era más como una novela de aprendizaje, de inicios. Este es un niño que ha crecido y es un joven que va en búsqueda de lugares que le tienen fascinados desde pequeño. En el tercero, que estoy escribiendo, me quiero dejar llevar, que sea una escritura más libre y literaria. No sé dónde me llevará. Es un viaje, en realidad.