La escritora y traductora Lucia Pietrelli posa delante de Drac Màgic. | M. À. Cañellas

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Deimos es el más pequeño y externo de los dos satélites de Marte. Un nombre que, a su vez, remite a la mitología clásica: hijo de Ares, dios de la guerra, y Afrodita, diosa del amor, es la personificación del terror. Deimos también es una isla remota cuyos habitantes no pueden morir ni tampoco soñar, viven condenados a una cotidianidad perpetua y sin descanso. En esa isla de existencia presumiblemente apacible, Lucia Pietrelli (Candelara, Italia, 1984) sitúa el mismísimo terror. Se trata de su nueva novela, titulada precisamente Deimos (Males Herbes), que este miércoles 28 de febrero llega a las librerías. La presenta este martes en Barcelona y el 14 de marzo en Drac Màgic (Palma).

«Es curioso que el germen de esta historia fuera un mapa. Nunca me había pasado antes. Dibujé la isla y su nombre. Y eso que soy muy mala con los títulos, pero en este caso lo tuve claro desde el primer momento. Me gustaba Deimos porque para mí era el dios del terror, un personaje mítico, pero también la otra faceta de lugar, que diera nombre al satélite más pequeño de Marte. De golpe, el terror se convertía en un lugar concreto, habitaba en un sitio preciso. A partir de ahí, fui construyendo la idea de un espacio cerrado», recuerda la autora.

«El miedo por excelencia es el miedo a morir, pero si ya no existe la muerte, ¿cómo sustituimos el miedo? Lo necesitamos, pues el miedo es el motor de muchas cosas que hacemos. Si falla el primer miedo, por instinto, acabaríamos teniendo miedo de la eternidad. Así que se trataba de indagar cómo nos puede aterrorizar la eternidad, porque genera una relación muy diferente con todo, con el espacio, con los vínculos personales y con el tiempo», razona. Así las cosas, los habitantes de Deimos, concretamente de La Pedrera, una zona llena de piedras y arena, tienen que lidiar con «la vida para siempre», acumulando recuerdos sin parar, por lo que acaban abrumados y enterrados por ellos, empapando incluso las sábanas en las que duermen. «Me gusta mucho jugar con la memoria y los recuerdos. Una persona debe tener un límite, un final, pero, ¿y si no está? ¿Cómo puedes contener adentro toda la vida eterna? Son preguntas extremas que me gusta plantearme, estirarlas para ver hasta dónde pueden llegar», añade.

¿Es la eternidad un castigo o lo es la muerte? «Ambos pueden ser una condena. Todos nuestros esquemas estarían desbordados por la vida. No me puedo ni imaginar cómo sería», confiesa. «Los recuerdos nos hacen ser como somos, nos conforman y nos guían en nuestro día a día en muchos aspectos. Me maravilla imaginar cómo sería todo si los recuerdos no terminaran nunca. Tiene que ser como un meteorito continuo, pero a la vez es como si te bastaras a ti misma y no necesitaras nada más», sugiere.

Búsqueda

Un día, sin que nadie sepa muy bien cómo, llega a Deimos una forastera –la única– que, a diferencia de los de La Pedrera, tiene un carácter más abierto y quiere saber qué hay en La Flor, en el otro extremo de la isla. Es una tierra árida donde van a parar los sabios –la gente de cierta edad– de La Pedrera– y donde, también en un punto de la vida, se quedan ciegos sus habitantes, pues ya no necesitan ojos, porque su eternidad será «imaginar y cantar todo lo que todavía no existe». Laia, hija de esa forastera llamada Paula, es abandonada por su madre sin saber por qué. Harta de soportar esa ausencia tan pesada, sale en su búsqueda hacia La Flor, acompañada por su amiga Aloma.

«En Deimos, los personajes viven en las preguntas; cada uno busca algo concreto. En realidad, es un viaje dentro de la pregunta, no hay una respuesta concreta. Como escritora no me interesa llegar a una respuesta taxativa porque no es real. Estamos hechos de preguntas y en el caso de Deimos las preguntas son tan grandes que hace que los personajes vivan a través de ellas. Y una de las más importantes es dónde ha ido Paula», detalla.

La búsqueda de la madre también esconde la sensación de ser forastero, de desarraigo, de «no terminar de pertenecer a ningún sitio». «Otra de las reflexiones que quería abordar en la novela es hasta qué punto eres del lugar en el que naces o si eres más de donde decides vivir. Cada lugar resuena diferente, tiene su cultura, sus tradiciones y mitos. Paula es una figura impura que hace de frontera entre las tierras lejanas y Deimos. Por eso tiene un papel clave en esta fisura que crea. No es como los demás», apunta.

El hecho de ser foránea no resulta algo ajeno a Pietrelli. «Llegué a Mallorca por casualidad, azar. Estudié en Barcelona y tenía muchos amigos mallorquines. Pau Vadell y Joan Tomàs Martínez Grimalt me propusieron pasar el verano allí y ese verano se convirtieron en diez años. «Acabas con un pie en cada lado, contaminado por una cosa nueva, pero sin dejar lo otro de verdad. Es como si no fueras de ningún sitio. Pero eso tiene cosas positivas, porque te ofrece todas las posibilidades, te puedes reinventar. Aunque, por otro lado, tiene un punto triste porque renuncias a las raíces más profundas».

En definitiva, tal y como señalan desde el sello, Pietrelli ha fundado un «mito moderno sobre la búsqueda de la madre». «He intentado crear una mitología propia, con guiños a la mitología clásica y griega, pero modificándola y reinterpretándola. Me gustó vivir en el universo de Deimos. Cuando leo o escribo busco eso, una realidad con un sistema de pensamiento diferente y Deimos es el universo que he creado yo», celebra.