Enrique Vila-Matas, en una imagen cedida por el autor para esta entrevista.

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Por suerte para un servidor, hay suficientes pruebas por escrito que atestiguan que todo lo que el lector está a punto de leer en esta entrevista es real y no algo fruto de la imaginación de quien firma estas palabras. Para el periodista eso es una ancla a la verdad de lo que publica, y lo agradece, pero para un escritor, pongamos para Enrique Vila-Matas, es como estar atado en corto. Su inventiva, ya fuera por «pura necesidad», como él dice (aunque con Vila-Matas nunca se sabe), o porque el novelista inventor de personajes ya asomaba en su pluma, es recogida ahora en Ocho entrevistas inventadas, libro de título sucinto que lanza H&O Editores y que recopila estas conversaciones no ocurridas algunas, ocurridas a medias otras, a personajes de talla como Marlon Brando, Rudolf Nureyev o Patricia Highsmith porque ya que te vas a inventar a una entrevista, que sea con alguien que lo merezca.

No pretendo que se haga usted la entrevista, pero si tuviera que inventarla, ¿cómo empezaría?
— ¿En qué momento ‘se sintió’ escritor? Pero no vaya a hacerme esa pregunta ahora porque no conozco la respuesta todavía y no paro estos días de buscarla.

¿Y si fuera con el joven que inventó la entrevista con Marlon Brando para Fotogramas?
— Le preguntaría si sabía quién era yo.

Esa entrevista, la de Brando, la inventó por no saber inglés y no poder traducirla, ¿diría que no conocer la lengua de Shakespeare le fue mal al periodista, pero muy bien al escritor?
— Siempre me ha ido muy bien no saber inglés. Ha potenciado mi imaginación.

¿Cómo surge la posibilidad de unir estas conversaciones?
— Fue idea de H&O. Si contaban con mi permiso pensaban dar con los originales de revistas y periódicos que publicaron esos fakes de finales de los sesenta en adelante. ¿Mi primera impresión? Me gustó, pero no sabría decir por qué. Tampoco preví que tendría esta repercusión.

¿No pensó antes en la posibilidad de recopilar estos textos?
— No, pero recuerdo que me pregunté cómo nadie, ni siquiera yo mismo, había tenido la idea d rescatar estas piezas periodísticas que, con el paso del tiempo, plantean cuestiones de gran actualidad, como el imperio de los fakes, las noticias falsas que lo inundan todo.

¿Diría que se trata de un libro de mentiras, de verdades posibles o ninguna de de ellas?
— No hay mentiras, las detesto, y más cuando se las equipara a la ficción. Para mí no es para nada lo mismo mentir que inventar. Téngase en cuenta que inventé estas entrevistas por pura y absoluta necesidad, a lo Ripley, personaje de Highsmith que solo mata por necesidad cuando ve que la policía está a punto de atraparle. En Ocho entrevistas inventadas hay ocho pruebas de esta necesidad, cada una con su consabida justificación.

Menciona precisamente a Highsmith, cuya entrevista tiene un hecho curioso: en el texto revela algo que luego confirmaría en sus Diarios, abandonando así el mundo de la especulación para entrar en el los hechos fácticos, ¿le molestó este abandono de esa neblina de lo verosímil?
— ¿Y si le digo que una de las ocho entrevistas no está inventada? Esto formaría parte del sentido del juego que cruza todo el libro, ¿no? Podría ser que fuera la de Highsmith. Eso explicaría que le haya sorprendido tanto a un lector de Ocho entrevistas inventadas que en 1983 yo inventara que ella vio a su personaje Ripley paseando de noche por debajo de su habitación en Positano. Y luego en sus Diarios, siete años después escribiera que no lo había contado nunca a nadie pero que había visto a Ripley una noche en Positano. Se le olvidó que me lo había contado. De ser cierto lo que le digo, que lo es, La Vanguardia contó una primicia mundial sin saberlo.

¿Cree que podríamos hablar de ficción en este libro?
— Es un modo de leer distinto al de la ficción.El libro conceptualmente es un acierto total. Me señaló un amigo que al saber que el entrevistador se inventa la entrevista se juega a un juego peligroso y el lector se lo pasa bien pensando: a ver qué se inventa en el próximo párrafo.No me negará que ahí hay un modo diferente de leer ficción. Se dice que ha nacido un nuevo género: el literario-humorístico.

La fusión entre realidad y ficción y los puentes que unen quizá no ha estado más clara que en estas entrevistas, ¿le dio esa sensación cuando las publicaba?
— En su momento no tuve la impresión. Era muy joven y me habría dado un patatús. Pero en 1982, al publicar mi primera novela, Impostura, supe por una crítica (de Jordi Llovet) que había tocado el tema que me acompañaría siempre: la identidad imposible. Lo interesante de mi libro, dijo, no estaba en la reiteración del ‘motivo’ literario usual cuando en la muy inteligente articulación de este motivo como el motivo mismo de la literatura y el lugar del escritor en el seno del curso literario.

Si partimos de la manida frase de que el escritor se hace, no nace, ¿cuánto le debe a estos ejercicios de entrevistas inventadas?
— Reconozco que me ayudaron a construir desde el primer momento mi obra, que no es poco.

En una sociedad en la que la impostura parece instalada, ¿es el novelista rey entre los tuertos?
— Para saberlo me faltaría entrevistar a un tuerto.