El artista Grip Face, dando forma a una de sus obras. | R.C.

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El artista David Oliver (Son Ferriol, 1989), que firma sus trabajos como Grip Face, protagoniza durante el mes de marzo su primera exposición individual en Seúl. Lluna rosa, oneiric walker se puede contemplar en una de las más importantes galerías del país surcoreano, Gana Gallery, también con sede en Los Ángeles. Esta muestra del creador mallorquín se centra en la idea de «soñar con un refugio», como explica Claudio Hontana, en la hoja de sala.

Grip Face, «víctima de la ansiedad contemporánea», está «acostumbrado al duermevela y a los falsos despertares» por ello «hace un tiempo que decidió registrar los sueños que le acompañan en algunos de sus múltiples diarios. Desde entonces, lo onírico, aquello que escapa a su comprensión y brevemente nubla su vista al amanecer, ocupa un espacio relevante en su praxis».

En Lluna rosa, oneiric walker, integrada por quince lienzos de nueva factura, el artista palmesano «narra un relato que le fue presentado durante algunas de las alucinaciones que interrumpen habitualmente su descanso».

Intereses

La exposición presenta obras que evidencian los intereses conceptuales y plásticos del creador. «Mimetizando la idea de sueño con pulcritud y puntería, Lluna rosa, oneiric walker se reafirma como un gran criptograma donde los lienzos ocultan preocupaciones, dolores, miedos, formas de hacer y deseos. Asimismo, el artista, siempre interesado en la semiótica y en el ejercicio metabólico de la síntesis, se ocupa de señalar los pliegues del trance», indica Hontana.

El relato que compone la exposición de Grip Face «orbita alrededor de la idea de refugio, de lugar seguro, desvelando así el anhelo de confort y la necesidad de equilibrio de una generación condenada a la velocidad y obligada al funambulismo sobre el precipicio».

En los primeros lienzos de la serie se aprecia como el detalle y el preciosismo del contorno se mantienen vigentes sobre los fondos desdibujados. La proporción y la mesura centran el cuadro. Grip Face comienza el cuento confiando plenamente en la figuración como medio expresivo, sin embargo, a medida que avanza el sueño –o la pesadilla– las siluetas se difuminan y la abstracción asalta la pintura.

El artista «deconstruye su práctica y abandona brevemente un trazo escultórico y volumétrico para acercarse a lo impreciso de la mancha reproduciendo en su pincelada la liberación propia del viaje onírico», finaliza el crítico de arte.