Miqui Otero (Barcelona, 1980) es autor de títulos como 'El hilo musical' o 'Simón'. | Cecilia Duarte

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Una típica verbena de verano en un pequeño pueblo puede ser el escenario ideal para desentrañar las miserias y grandezas del mundo y la humanidad. Así lo cree Miqui Otero (Barcelona, 1980), que ambienta su nueva novela, Orquesta (Alfaguara), precisamente en una aldea gallega imaginaria donde desde un feto hasta un centenario se mueven al ritmo de la Orquesta, que toca desde pasodobles y boleros hasta rock y reguetón. De hecho, es la propia Música, así en mayúsculas, universal y subjetiva, como una suerte de Demiurgo, la que se encarga de narrar la historia. Sobre ella hablará el autor este jueves 9 de mayo, a las 19.00 horas, en la librería Drac Màgic de Palma, acompañado por Joan Cabot. Y, como no podía ser de otra manera, la presentación contará con una participación musical, la de Suenyos Garau y Padre Javibi (integrantes del ya desaparecido grupo mallorquín Da Souza).

Reto

Ese era el reto que se propuso Otero: atrapar toda la fauna humana posible en la novela a través de la Música, de la Orquesta. Sin embargo, avisa que «la Orquesta del titular en realidad no es un grupo musical sobre el escenario, sino que somos todos nosotros intentando interpretar la vida como podemos, con los instrumentos que nos han dado». «Encima que ahora todo está segregado por generaciones y burbujas muy claras, valía la pena poner a todos juntos. La idea inicial era esa: una verbena es un teatrillo del mundo y más si se trata de un sitio pequeño, donde lo local o peculiar es lo reconocible. Me ha pasado en la promoción de novelas anteriores: a la gente le hace más gracia lo más local. Al fin y al cabo, el mundo ya es lo suficientemente uniforme», razona.

En cuanto a la ambiciosa decisión de que sea la Música la voz narradora, el autor lo plantea en las primeras páginas como una serie de acertijos, que luego derivará en «lo misterioso o semioculto». «Se me ocurrió cuando, antes de una actuación, la batería o el bajo están preparándose, con esas líneas que suenan por fuera pero que retumban en la caja torácica, es algo muy físico, como un latido. Así que pensé que sería chulísimo tener a una narradora dentro y fuera de ellos. Tenía claro que sabría mucho de los personajes, que estaría atenta a cualquier cambio y que, como un gas, podría meterse de forma curiosa en todas las conversaciones. Después, me di cuenta de que, sin embargo, ese conocimiento está limitado por las situaciones en las que suena música. Por ejemplo, hay un personaje que está silbando, apunto de quemar algo, pero deja de silbar y no se sabe qué sucede. Por otra parte, jugué con la idea de que en una verbena popular caben todo tipo de canciones que tienen que ver con el lenguaje de los personajes. El bolero puede remitir a los años de Posguerra y, por tanto, apelar a un personaje mayor, y otra canción más reciente evocar lo sucedido hace uno o diez años», detalla.

Aparte de que en Palma esté arropado por músicos, Otero asegura que siempre se ha movido por ambientes musicales. «Al margen de mi carrera como escritor, mi hábitat natural y juvenil fue musical, aunque es cierto que en esta novela lo llevo al extremo. Más allá de poner nombres de músicos, algo que cada vez me interesa menos, me fijé en el estilo rítmico y emocionalmente frontal, porque la novela no tiene miedo a la emoción, con estribillos, motivos y frases que van volviendo. Todo se junta al final, como una fuga musical», avanza. «Diría que eso define mi estilo, si es que lo tengo, aunque han cambiado ciertas cosas desde mi primera novela, Hilo musical (2010). En esta, Tristán tiene veintidós años y, como muchos jóvenes, buscan en la música diferenciarse de la normalidad, escuchando música que no escucha el resto. Habla de la diferencia entre oír de fondo un hilo musical a escuchar tus canciones favoritas, como la diferencia entre sobrevivir o vivir de forma plana», recuerda.

Elogio

En este sentido, continúa, Orquesta «es un elogio a la música que no escucharías en casa, pero que de pronto te descubres tarareando sin que sepas cuándo la escuchaste por primera vez. La música popular nos une, en afecto y en conflicto. Antes era esnob, y en cierto modo lo sigo siendo porque me encanta comprar discos y no me gusta la música que es masiva, pero ahora veo la gracia y la emoción al hecho de ver cómo baila la gente en una verbena esas canciones que son como si escucharan un disco desconocido».

«Siempre las mismas caras. No la misma gente, pero sí las mismas caras», apunta el personaje del escritor que sospechosamente se parece a Otero en algunos datos biográficos. La Fiesta, pues, se repite una y otra vez, como si el tiempo se dilatara. «Todas las noches son la misma verbena. Los personajes siempre son los mismos: el que dice que se va y acaba yéndose el último, el homosexual que no ha podido disfrutar de las fiestas, la pareja que fueron primeros novios y que se reencuentran cuando han perdido ya el carril pero no el deseo, los abuelos y niños borrachos de refrescos... Es curioso, es como cuando te quedas dormido viendo una peli y te quedas dormido, a media frase. Luego la vuelves a poner y arranca desde donde lo has dejado. En estas fiestas pasa igual: si acaban con una envidia, un deseo o una venganza, hay una elipsis de un año y empiezan en el mismo punto. Todas las noches son la misma desde hace mucho tiempo».

Por otra parte, una fiesta popular, como se señala en Orquesta, es un debate electoral, porque «reafirma las opiniones y rara vez logra cambiar el estado de ánimo» y a la que acuden mayores y pequeños, «menos los más descreídos». Una estampa que se producirá estos días en Cataluña, encima un día después de Eurovisión. Otero, declara, no es uno de los descreídos y sí irá a la fiesta de la democracia. «Vale la pena acudir aunque no baile en la cola ni sea el más entusiasta, pero la alternativa es mucho peor y hay demasiado en peligro», concluye.