El artista Biel Llinàs, en Es Baluard Museu. | Pere Bota

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Biel Llinàs es un artista residente en Barcelona y nacido en Mallorca. Como cualquier estudiante de Bellas Artes, tuvo que enfrentarse a la precarización de un sector, el artístico, y a las condiciones de un mercado laboral que juega con el entusiasmo de los creadores. Su publicación Work (in) Work (out), que se presentó el viernes en Es Baluard Museu de Palma, recibió el Premi Miquel Casablancas en la modalidad de proyecto, uno de los más importantes del estado de arte emergente. Realizó su primera exposición individual en la Galeria Àngels Barcelona, que representa artistas como Daniel G. Andújar o Lúa Coderch.

¿Cómo nace un proyecto así que cuestiona el sentido de ciertos espacios expositivos?

-Nace por una experiencia vital de tres años, en concreto por el trabajo que comencé en el 2019 como controlador en una sala de un museo que busca generar una marca de ciudad; el Gaudí Barcelona. En ese momento nos tocó padecer las medidas que se implementaron por la crisis del COVID. Una serie de compañeros realizaron asesorías laborales. Fue entonces cuando nos dimos cuenta de que la jornada laboral estaba plagada de irregularidades.

¿A qué se refiere?

-No nos pagaban festivos ni teníamos un taburete en el que sentarnos. Trabajar en ciertos museos es hostil y te convierte en un robot que rota de posición en posición. No nos trataban ni como a informadores; la palabra adecuada es robot. Te toca una hora en cada posición dentro de un engranaje mecánico de época industrial, casi fordista. A partir del conocimiento de esas dinámicas injustas comenzamos a realizar asambleas, movilizarnos y a convocar huelgas.

¿De esa circunstancia vital nace su proyecto artístico?

-Por un lado conseguimos mejoras en lo laboral, sí. Por otro, planteé el proyecto artístico, siendo consciente de la vulneración de los derechos laborales y conociendo previamente las reglas del juego. Fue una especie de hackeo hacia la institución por mi parte. Establecí un margen de creación dentro de la propia jornada de trabajo, moviéndome en posiciones que escapan de la vigilancia. De ese juego con el espacio de trabajo y creación nace mi obra.

¿De qué consta el proyecto final?

-Primero se realizó una exposición en Fabra i Coats, y también se materializó en una publicación de una tirada de 250 ejemplares del libro, que contiene dibujos realizados durante mi jornada laboral, breves ensayos y textos, junto a un prólogo de la comisaria Gisela Chillida, que también trabajó en un espacio similar. Al final hice una serie de obras en el taller, sacando elementos de la jornada para introducirlos en el espacio de producción artística. Hay constantemente un diálogo entre la práctica creativa y lo alimenticio.

¿Se juega con las esperanzas que anhelan emprender un trabajo artístico?

-Creo que tiene que ver con una manera de entender la cultura bajo el capitalismo neoliberal, esa noción de las industrias culturales que se liga con el turismo. Interesa crear una marca que atraiga, no generar dinámicas ni programas que reviertan y estimulen al sector. Es el problema de la franquicia, de la globalización en el mundo del arte. El margen del creador es escaso, ya lo explica Zafra en El entusiasmo. Debemos caminar hacia la profesionalización. El estado debe determinar un marco legal para el artista

¿Qué papel juegan las asociaciones gremiales o los sindicatos?

-Las entidades entran en ese punto que comentaba, y que resulta importante. Tener la agencia y la capacidad de canalizar las reformas. Los marcos legales de profesionalización, como los que propone la PAAC, son básicos. Deben ser un grupo motor de mejoras y convertirse en interlocutores con las instituciones.