Fernando Trueba y Aida Folch posan juntos delante de la Catedral. | Carles Domènec

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Horas antes de la inauguración del Atlàntida Mallorca Film Festival, con el estreno mundial de Isla perdida, conversamos con su director Fernando Trueba y con la actriz Aida Folch, en el hotel HM del centro de Palma.

En la película, falta una estación. No hay primavera.

FERNANDO TRUEBA: La primavera se la dejamos a Botticelli. Este era un viaje de la luz a la oscuridad. Siempre fue así, con los tres actos: verano, otoño, invierno. No me planteé que tuviera que haber cuatro estaciones, como Vivaldi. Con tres, teníamos suficiente, como los tres actos de Aristóteles. Estos tres actos también se pueden ver como una composición musical.

Isla perdida es una película de personajes, ellos son lo más importante de la trama.

FERNANDO TRUEBA: Es una película. Yo le decía eso a Aida antes de empezar.

AIDA FOLCH: Y yo no le entendía. Claro, vamos a hacer una película. Fernando me insistía que haríamos cine por el cine. No acaba de comprenderle.

FERNANDO TRUEBA: Lo que quería decir es que no había nada en la historia que no fuera cinematográfico, relativo a la historia misma que estás contando, a los personajes y al género. Me apetecía el cine en el sentido clásico.

AIDA FOLCH: El guion me encantaba. Como espectadora, es el género que más me gusta. Además, mi personaje lleva el peso de la película. Me he imaginado durante años cómo sería mi personaje de Alex, cómo actuaría. Es un regalo porque es un personaje con un acto dramático muy grande y un gran abanico que mostrar. Como actriz, esos tres actos que comentábamos, me permiten casi estar en tres géneros diferentes, hacer una transformación del personaje.

En un momento de la película, el personaje de Max, que interpreta Matt Dillon, se transforma al oír una música.

AIDA FOLCH: Totalmente. Mi parte es menos plana, tiene más recorrido. Llega con la ilusión de comenzar una vida nueva, en una Grecia maravillosa, en un restaurante donde se respira vida y, luego, todo se va oscureciendo.

Es un paraíso que acaba siendo una cárcel.

FERNANDO TRUEBA: O un infierno.

Max (Matt Dillon) en algunos momentos parece un cowboy. Alex (Aida Folch) es dicharachera y se mete en todas partes.

FERNANDO TRUEBA: Eso era muy bonito porque este tipo de personaje femenino necesita que tenga esa curiosidad de descubrir y meterse aquí y allá. Me ha hecho gracia lo de cowboy porque, cuando estábamos rodando, le decía que esta película era un suspense romántico, el que puede verse en Rebecca' o Sospecha, de Hitchcock. Luego, le dije que, en realidad, se trataba de un western acuático. El agua está muy presente. Siempre estamos al borde del agua, cosa que me interesaba a nivel estético. Hay algo de western, en el sentido del forastero que llega a un lugar, se encuentra sin darse cuenta con un conflicto y, al final, tiene que irse. Es como empezar en una película de Eric Rohmer y terminar en una de Hitchcock, hacer ese recorrido.

Hay homenajes a un determinado cine.

FERNANDO TRUEBA: Sí, toda la película es un tributo no solo al cine que me gusta, sino al cine en sí mismo, a contar historias. Hay películas donde lo más importante es la realidad que se retrata, el tema. En el arte, el tema es en realidad un pretexto. Lo que importa es el lenguaje, cómo lo cuentas. Las películas son más para hacerte empatizar. Lo más importante es la forma, como en la literatura o en el arte, en general.

¿Cómo son vuestras conversaciones en casa, cuando os reunís los tres realizadores: ¿usted, su hijo Jonás y su hermano David?

FERNANDO TRUEBA: Tengo un par de fotos en las que estamos los tres en distintas épocas. Deben tener quince años entre ellas. Es un momento mágico cuando estamos los tres. A veces, coincidimos con más gente, en un evento. Yo me refiero a cuando estamos los tres y empezamos a hablar de películas y libros. Yo me llevo quince años con mi hermano David. A su vez, David le lleva doce a mi hijo Jonás. Cuando estamos juntos, intento disfrutar cada segundo porque soy muy consciente de lo especial que es.

Como directores, son muy distintos.

FERNANDO TRUEBA: Sí, creo que somos muy distintos como personalidades y, a la vez, tenemos muchas cosas en común. Tengo muchas cosas en común con David y con Jonás, pero ellos también se parecen en otras cuestiones. Es muy curioso.

En Isla perdida, ¿por qué aparece en la pantalla de un televisor la imagen de los atentados del 11-S en Nueva York?

FERNANDO TRUEBA: Yo quería que el secreto, que ha ocurrido en el pasado del personaje de Max, fuera treinta años atrás. Quería que ocurriera en los años 69-70, en los tiempos de Woodstock, Sharon Tate y Jimmy Hendrix. En aquel momento, el Jazz y el Rock estaban cayendo como moscas. El año 2001, que tiene algo de fin de una época, coincidía con los treinta años. Es una imagen que está en el fondo, los personajes no son conscientes de lo que está sucediendo.

Sí, pero en el cine no hay nunca una imagen gratuita. Todo lo que el director ha decidido que aparezca en pantalla acaba teniendo un sentido.

FERNANDO TRUEBA: Claro. Subliminalmente, esa imagen de las Torres Gemelas, sin que los personajes sean conscientes de ella, era importante. El mundo estaba cayendo a cachos, que es lo que pasó ese día y aún no hemos levantado cabeza. Me gustaba utilizar ese elemento y me servía de recordatorio para que el espectador supiera la época en la que todo está pasando.

Un tema de la película es lo difícil que es desprenderse del pasado.

FERNANDO TRUEBA: Yo tengo esa teoría. Nadie escapa del pasado. Cuando envejeces, sale quien siempre fuiste. Si naces pijo, te morirás siéndolo.

AIDA FOLCH: Entonces, yo le pregunté si me moriré siendo de pueblo. Pues parece ser que sí.

FERNANDO TRUEBA: Todos somos prisioneros de lo que somos. Yo soy un chico de barrio de Madrid, de Estrecho. Da igual que leas mil libros o veas mil películas. Yo me escapé del barrio, físicamente y de forma literal. Me di cuenta de que tenía que escapar si quería hacer películas, irme al mundo de la cultura. Tenía que huir de los bares, las bandas de barrio y las peleas, pero algo de ti sigue anclado a ese chico de barrio.

AIDA FOLCH: No todos los pasados son iguales. Si has hecho algo muy gordo en el pasado, te estigmatizas para toda la vida.

Cuántas veces hemos oído que, a punto de morirse, tantas personas recuerdan a su madre.

FERNANDO TRUEBA: Todas las personas, cuando se están muriendo, ven a su familia sentada en el dormitorio. Eso es una constante. Siempre la misma visión.

AIDA FOLCH: ¡No te quitas a tu familia ni el lecho de muerte!

FERNANDO TRUEBA: ¿Qué ve ‘Ciudadano Kane' al morirse en la película? El trineo con el que jugaba de niño. Daba igual que hubiera llegado a ser un multimillonario y tuviera periódicos. Al final, hay una imagen de tu infancia que es el trineo, y es con la que te quedas.

Hace unas horas, cuando os fotografiaba en el Parc de la Mar, he oído que hoy ha soñado con la República.

FERNANDO TRUEBA: Sí, me he despertado y estaba soñando con algo de la República. Estaba en los años 30. Debe ser porque vengo de Vermont, muy cerca de Montreal, de un College americano, donde fueron muchos republicanos después de la Guerra, como Cernuda, Guillén, Paco García Lorca. Estos días he visto fotos de ello, su experiencia en el exilio. Por eso se me ha metido en la cabeza.

Se lo pregunto con ironía. ¿Es alarmante que un director de cine sueñe con la República?

FERNANDO TRUEBA: No, es bueno. Se trata de un momento bueno de la historia de España, convulso y demasiado corto, pero fue un instante de renacimiento cultural de este país, que se llenó de poetas, filósofos, pintores y músicos. Éramos lo máximo, la vanguardia, y no nos dejaron ser más. Un mundo con Lorca, María Zambrano, Machado, Albéniz, Falla y Mompou. España era…

Y, en ese justo momento, al tratar de definir lo que era España durante la República, se termina la entrevista, acotada por la larga lista de citas que Trueba y Folch tienen en Palma estos días, durante la promoción en Palma de Isla perdida, y que llegará a los cines el 23 de agosto. La película supone la tercera vez que Folch protagoniza un largometraje de Trueba, en el transcurso de tres décadas de crecimiento profesional compartido entre director e intérprete, después de El artista y la modelo (2012) y El embrujo de Shanghái (2002).