Un momento del concierto de Ricky Martin en Son Fusteret. | Teresa Ayuga

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Noche cálida en Palma, aunque sin alcanzar los picos de la ola de calor que abrasa la Península. Y tras el ‘parte meteorológico’ pasamos a la crónica social: ambiente singular en Son Fusteret, un triángulo de tres vértices imposibles que unió a 7.500 personas, repartidas entre público acomodado, currantes y, en la intersección final, ese ambiente canalla que pulula por el Paseo Marítimo. Junto a mí, una mujer entrada en años se cuece en su chaqueta de piel. Lleva el pelo recogido, jeans y gafas de sol en plena noche. Pese a su aspecto descuidado lleva una fortuna encima sólo en ropa. A mi retaguardia, una pareja joven lamenta el precio del cubata. El baile de los contrastes comenzó mucho antes de que el portorriqueño de sonrisa indesmayable y una musculatura cincelada en gimnasio tomara el escenario. Casi una hora tarde, por cierto.

Suenan los primeros acordes de Pégate, tema que descorcha la velada con su ritmo contagioso y sabrosón. Una salsa furiosa de trombones y percusión lleva a hombros a nuestro esbelto protagonista. Mallorca recibe toda la riqueza musical de Puerto Rico, concentrada en un artista que bracea entre el pop, las baladas y un reguetón suave. Un guirigay con aroma latino que cruza el legado de Tito Puente, Gloria Estefan y Miami Sound Machine. Todo lo que canta Ricky Martin se viste de oro y se transforma en delirio, lo comprobamos en el segundo tema de la noche, una María que treinta años después sigue en boca de todos… Y mientras el cantante desliza las sílabas, sus prominentes labios parecen salir de las pantallas que flanquean el escenario. El público roza el éxtasis al compás de unos timbales que caldean aún más la tórrida noche.

Ricky Martin

Martin se reivindicó como uno de los mayores generadores de éxitos del mercado latino. Su música ha madurado, en directo se amplifica y cobra diferentes formas, algunas próximas al pop rock. El bramido del público, decidido a exprimir cada instante, certificaba el buen momento de este artista cosecha de 1971, que bailaba y tiraba besos desde el escenario, siempre con una gran sonrisa. Sabe como ganarse al público, tiene oficio, además de otros méritos, como un envidiable palmarés de éxitos internacionales que le confirman como uno de los grandes embajadores de la fusión, del talento mestizo del viejo Puerto Rico. La pequeña isla centroamericana ha contribuido a colocar la música latina en la vanguardia musical, confirmación de que los sonidos populares no forman parte del pasado, son el futuro.

Público

Al cierre de esta crónica no habían sonado Livin’ la vida loca ni La copa de la vida, pero llegarían. Y probablemente llegarían de por vida en sus conciertos, como el Born in the U.S.A. de Springsteen o el Despacito de Luis Fonsi (y disculpen la trasnochada analogía). Y es que hay canciones tan invasivas que son patrimonio compartido entre público y artista. Canciones que resultan sencillamente inevitables, tanto como que la señora de la chupa Gucci, al fin –deshidratada perdida–, ha decidido quitársela.