El artista catalán Max de Esteban en la Fundació Miró. | Jaume Morey

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El filósofo español Ortega y Gasset acuñó el término de ‘circunstancia’ para referirse a todo aquello que nos rodea y nos condiciona, pero que no vemos y, peor, ni pensamos. Se trata de una realidad circundante que permite nuestro mundo al tiempo que lo limita. En nuestro caso, aunque algo menos sutil, es el capitalismo en su forma más avanzada y las consecuencias del mismo en el planeta y la sociedad. El artista catalán Max de Esteban rastrea las formas en las que esta circunstancia tocan tierra, lo que llama infraestructuras, a través de su videoarte profundamente crítico que pretende hacer ver lo que a veces no vemos.

¿Qué persigue en la estética de la extinción?
— Llevo casi 15 años trabajando en el que es el proyecto de mi vida. La tesis principal es que creo que estamos al final de un ciclo de larga duración que empieza con los primeros viajes coloniales europeos, en los que hay una revolución tecnológica e ideológica, y que ahora estamos al final de ese periodo por tres revoluciones: tecnológica, científica e ideológica. La idea es que el sistema se modifica radicalmente y se extinguirá este modo de vivir en la Tierra o nos extinguiremos nosotros, pero una extinción u otra es la realidad a la que nos enfrentamos. Esto se refleja en el arte y en la política en el sentido de que nadie piensa en utopías, solo vemos distopías, lo que es un reflejo de la profunda crisis que vivimos.

¿Cuáles son esas infraestructuras de las que habla?
— Son las que dan carácter a esta crisis. Una es ecológica, otra la financialización de la economía, que ha cambiado las reglas del juego; otra es la Inteligencia Artificial, que por primera vez hace que haya otra inteligencia en la Tierra además de la humana y vendrá de máquinas creadas por el hombre, no de platillos volantes, lo que crea dilemas de mucha envergadura. Y otro tema del que no se habla tanto es el de la ingeniería genética. En palabras de la Premio Nobel de 2020, Jennifer Doudna: «Hasta ahora la evolución dependía de muchas cosas, pero desde luego no dependía de la voluntad humana», y ahora podemos decidir sobre ella.

Usted que lleva 15 años trabajando esto, ¿se atreve a aseverar un futuro posible?
— Es muy difícil. Los artistas somos algo raro. Somos el reflejo en el que se reflejan las enormes nubes que el futuro nos envía al presente. Sí veo dos fuentes de preocupación y también esperanza. La profundísima revolución de la digitalización, el único equivalente de la imprenta; y por otro lado que ha llegado el momento de reconocer que Occidente ha vivido de la expoliación de colonias y que el crecimiento ahora no llega desde Occidente, sino de países muy problemáticos de entender para nosotros como China o la India.

Todos estos movimientos del mercado y los cambios, ¿cree que vienen determinados por una voluntad o se deben al curso de un sistema que hemos creado y que no controlamos?
— Ya en los años 70, Foucault desmonta el mito de una burguesía oligarca que controla los designios de la humanidad. En mis entrevistas con el mundo financiero y de Silicon Valley veo una ideología común con una misma visión del mundo y unos objetivos similares. Al mismo tiempo hay una confrontación muy fuerte porque se odian y se matan entre ellos. Tenemos una idea muy de ciencia metida que es que lo que se pueda hacer se hará y este es el marco y lo único que puede detener los excesos del capitalismo son el marco político y el jurídico. Por esto, aunque sean tímidas, hay cosas como los intentos de laUE por regular que pueden aminorar lo que indefectiblemente va a ocurrir.

¿Qué papel cree que juega el arte en todo esto? ¿Se le da una capacidad de acción exagerada?
— Sí creo que desde el romanticismo se le ha dado al arte una dimensión exagerada. En su papel místico, religioso y casi revolucionario. El arte acompaña, pero rogarle la responsabilidad de una transformación social creo que es una exageración a todas luces. Por otro lado, siempre he visto una gran división entre la visión romántica del arte y la realidad de la sociedad en la que vivimos que es alta tecnológicamente y sofisticada. Que el arte no participe en la representación simbólica de lo que es definitorio de su tiempo hace cuestionar el futuro del arte y puede acabar siendo un entretenimiento, que es necesario, pero si quiere trascender debe involucrarse en los discursos.