La autora Núria Cadenes ha hablado este martes de 'Tiberi Cèsar' en Embat Llibres. | Pilar Pellicer

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Ha escrito sobre Joan March, sobre la cara ‘b’ de la Barcelona olímpica o sobre el tiempo que estuvo en prisión desde 1988 hasta 1992 por su presunta participación en un atentado de Terra Lliure contra una casa militar en Barcelona. Ahora, Núria Cadenes emprende un viaje de 2.000 años atrás, a la antigua Roma, en su nueva novela, Tiberi Cèsar (Proa, 2023). Lo ha presentado este martes por la tarde en Embat Llibres (Palma) junto a Cati Moyà como parte del ciclo Màtries de la Fundació Mallorca Literària.

«Es Roma que me ha enganchado y no me ha dejado ir», justifica la autora, quien a su vez admite que «literariamente, me gustan los personajes más bien oscuros, pero con sustancia, inteligentes, retorcidos, difíciles de entender». En este sentido, recuerda que, por ejemplo, en El banquer (Edicions de 1984, 2013) se sumergió en las «vicisitudes y peripecias» de Joan March, «nuestro ciudadano Kane» y ahora hace lo propio con Tiberi Cèsar.

«Roma me ha atraído desde que tengo uso de razón y me interesé por Tiberi, por la imagen que nos ha llegado de él, distorsionada a lo largo de estos dos mil años. La rumorología nos lo ha presentado como un personaje pervertido y truculento, con una serie de maldades internas que lo hacían desagradable. Vi dos veces la serie Jo, Claudi en TV3, tenía todos los DVDs, y luego leí los libros de Robert Graves», cuenta. «A raíz de todo aquello me quedé con la idea de que era tan malo y retorcido que incluso terminaban saliéndole póstulas en la cara. Más tarde empecé a leer textos de historiadores y me di cuenta de que todo aquello no se correspondía con la realidad o, por lo menos, de lo que sabemos», añade.

Mala fama

La madre de Tiberi, Lívia, tampoco le gana en mala fama. «Era una mujer realmente apasionante que encontró la manera de ejercer su poder en una época en la que las mujeres no lo podían hacer de forma directa. Tanto carisma y tanta potencia política acabaron reduciéndola a una envenenadora compulsiva. La reducción a la caricatura simplifica la realidad, que siempre es mucho más compleja. No digo que fueran unas bellísimas personas, pero es más complicado. Al final, la novela refleja las aristas y la complejidad de las sociedades y de los individuos que la conforman. Es más difícil de entender, pero es más interesante que reducir la vida en blancos y negros o en buenos y malos», razona.

Así las cosas, Cadenes reconoce que le preocupa la cuestión del poder, «la aspiración y las consecuencias de su ejercicio, la lucha y las ansias para conseguirlo, así como el abuso y lo que significa». «En el caso de Roma es bastante evidente, porque había un poder que arrasaba con todo a su paso, sometiendo a los individuos y a los pueblos para poder subsistir, a costa del expolio y de la esclavitud», apunta.

Asimismo, la autora avisa que Tiberi Cèsar «no es un libro de historia, sino una novela histórica, aunque está construida con ladrillos de realidad y me he esforzado mucho para que el lector reciba los personajes como personas de carne y hueso, creíbles, y no como si fueran personas disfrazadas de romanos en el siglo XXI».

En este sentido, puntualiza que «hay muchas maneras de escribir novela histórica». «En primer lugar, escribo, y luego se puede clasificar en un género u otro. Los humanos clasificamos para entender mejor el mundo, pero en realidad hay muchas más conexiones que esos cubos en los que nos empeñamos meter esa realidad. Yo quería escribir sobre Tiberi y, por tanto, se convirtió en una novela histórica; escribí Tota la veritat y, como ganó el Premi Crims de Tinta, pasó a ser novela negra. Sí, había un crimen, pero podría no ser novela negra... todo es más resbaladizo», señala.
En definitiva, Cadenes indaga, a través de Tiberi y la antigua Roma, en un asunto de rabiosa actualidad: la imposibilidad de encasillar a los personajes y sus contextos, así como los problemas de cada época, en un juicio de valor inamovible. «Vivimos en un mundo de bandos muy drástico, incomunicados, y no es positivo para nadie. Introducir la duda, el interrogante, es lo mejor que podemos hacer, es lo que nos salva», concluye.