Sergi Belbel (Terrassa, 1963) es un reconocido director de teatro, además de traductor y novelista. En Embat presentará su segunda novela, 'Acte de fe' (Proa). | David Ruano

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Aunque ganó el Premi Sant Jordi hace tres años con su primera novela, Morir-ne disset (Proa), Sergi Belbel (Terrassa, 1963) continúa siendo un nombre asociado al teatro. De hecho, está considerado como el dramaturgo catalán más internacional. Este miércoles por la tarde, a las 18.30 horas, presentará en Embat Llibres su segunda novela, Acte de fe (Proa), una novela histórica ambientada en la Inquisición. Estará acompañado por el dramaturgo Rafa Gallego.

La novela y el teatro, ¿son mundos tan diferentes?
— Es diferente, pero es cierto que la novela me conecta con mis inicios, con mi juventud, porque siempre he sido un gran lector de novela, incluso más que de teatro. Cuando leo teatro lo asocio al trabajo: tengo obras pendientes de autores clásicos, luego están las relecturas constantes de Shakespeare... Así que cuando tengo tiempo libre quiero leer novela. La escritura narrativa no tiene nada que ver con la teatral. En diez días puedes escribir una obra de teatro, pero la narrativa pide tiempo, dedicación y paciencia. Sinceramente, para mí también fue una sorpresa publicar Morir-ne disset y, de hecho, pensaba que acabaría allí, hasta que mi editor me preguntó si tenía otra historia...

Acte de fe tenía que ser, en principio, una serie de televisión.
— Sí. Era una serie muy grande y, al final, estuve trabajando en ella un año, así que tenía mucho material hecho. Si no me hubiera llegado el encargo seguramente esta novela no existiría, porque nunca me hubiera metido en un tema tan espinoso como es la Inquisición española.

Así al menos ha sacado partido de una serie frustrada...
— Muchos proyectos de series se quedan en los cajones. De una serie que sale, hay diez que no. La gente que nos dedicamos a esto lo tenemos en cuenta y, cuando te pones a trabajar, sabes que lo más probable es que no salga adelante. Es cierto que en este caso el proyecto pasó muchos filtros y llegué a estar un año con ella, escribí el primer capítulo. Fue entonces cuando me dijeron que la serie no se haría. Así que sí, estoy contento de que algo que estaba muerto se haya reconvertido en novela. Estoy orgulloso, además, porque es muy diferente a la anterior novela.

En Morir-ne disset planteaba un viaje a la España del 23-F y de la Barcelona olímpica, cuando se cometen una serie de asesinatos. Aquí, en cambio, viaja a una época mucho más remota, pero también hay mucha muerte...
— La primera novela es gamberra, con una autoconfesión criminal, centrada en los 80, que son los años de mi juventud. Esta, en cambio, se ambienta en una época no vivida y empieza en el siglo XIV pero se desarrolla a lo largo del XV. He tenido que leer muchos libros y pedir información, aunque no es una novela histórica convencional, no tiene ese rigor. De hecho, no aparece ninguna fecha. Con todo, los hechos narrados son reales, no me he inventado ningún hecho histórico.

La identidad religiosa, la espiritualidad, son aspectos clave. ¿Podemos hablar de estos asuntos sin caer en fanatismos?
— Es un equilibrio difícil de conseguir. En este caso, el nacimiento de la Inquisición es complejo y también tiene un componente político que los propios personajes desconocen. Al fin y al cabo, fue la Corona de Castilla y Aragón, Isabel y Ferran, los que decidieron recrear una institución que crearon tiempo atrás contra los cátaros, que fueron los primeros rebeldes de la iglesia católica y que, en el XV, se centró en la persecución de los falsos conversos. Evidentemente hay un componente espiritual que muchas veces es una máscara que oculta las auténticas intenciones. Los tres protagonistas son teólogos, cultos, pero acaban metidos en una maraña. Van con buena fe, pero finalmente descubrimos que más allá hay de asuntos espirituales y con base política. El poder siempre tiene un punto maligno; no creo en el diablo, pero es que el diablo está más cerca del poder que del espíritu. Acte de fe es una historia de poder y fragilidad en las creencias.

Con todo lo que está sucediendo en Valencia, ¿la gente cree?
— La creencia va más allá de la figura de Dios, con la que te machacan desde pequeño. Para algunos es un señor con barba blanca y, para otros, una energía que mueve el universo. Tenemos que creer en algo: en la madre naturaleza, en el prójimo, en el amor o en la amistad. En épocas de tragedia, ¿a qué te aferras? La tragedia te golpea, pero hay que tirar adelante y necesitas creer, que los que vienen detrás podrán mejorar este mundo. Los momentos más duros es darte cuenta de que el mundo empeora. Es casi peor lo que no se ha hecho bien en la tragedia que la tragedia en sí. Debemos tener fe en que los hombres somos capaces de aprender la lección, pero, cuando constatas que esto no es así, es cuando coges una depresión.

Y Sergi Belbel, ¿en qué cree?
— La verdad es que no lo sé, voy variando a medida que pasa el tiempo. Hace mucho creía en el universo, en que somos piezas de un engranaje complicadísimo. Si tuviera que definirme, sería entre ateo y agnóstico, pero es cierto que necesito creer, aunque sea con tus seres queridos. Y luego vas ampliando... (risas). Podríamos decir que creo en la complejidad, porque cuando estudias el universo te das cuenta de que el misterio es cómo pasamos de materia a conciencia. ¿Cuándo los átomos se juntan crean pensamiento? ¿El pensamiento también es materia? Son cuestiones filosóficas que abrazan desde el materialismo al espiritualismo. En este sentido, el teatro es mágico: es un punto de encuentro entre personas para contarnos historias y también es una manera de poner freno, de apagar el móvil, de parar. Las creencias también son las historias que nos contamos para entendernos, para combatir el miedo, asociado a la pregunta de 'qué será de mí cuando no esté'. El mundo continuará y está en tus manos está hacer el bien y regalarlo a los que te quieren.