Margarita Pérez-Villegas y Javier Barón, este jueves en CaixaForum Palma. | Jaume Morey

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Tras reunir a unos 200.000 espectadores en su periplo por diferentes sedes españolas, CaixaForum Palma acoge desde este viernes una de sus propuestas expositivas más interesantes de la temporada: XIX. El Siglo del Retrato. Colecciones del Museo del Prado. El centro cultural se alía por tercera vez -tras El paisaje nórdico (2013) y Arte y mito (2017)- con el prestigioso museo madrileño para viajar a los orígenes del autorretrato y, en definitiva, al selfie: el siglo XIX.

La muestra, comisariada por Javier Barón, jefe de Conservación de Pintura del Siglo XIX del Museo Nacional del Prado, consta de 145 piezas procedentes de su fondo, con piezas de artistas de la talla de Goya, Madrazo, Rosales, Fortuny, Pinazo, Sorolla y Benlliure, entre muchos otros. Además, tal y como ha destacado el propio Barón y Margarita Pérez-Villegas, directora de CaixaForum Palma, esta es la primera vez que muchas de las piezas expuestas salen del Prado. «Este tipo de propuestas son muy positivas porque permiten dar a conocer el fondo del Prado en distintos lugares. Además, el público podrá encontrarse con un centenar y medio de obras que, reunidas entre sí, dicen mucho más que un ocasional préstamo a una exposición concreta».

En este sentido, Barón ha explicado que «el siglo XIX se presta especialmente a ello porque es el área que cuenta con más pinturas, un total de 2.700, por lo que hemos podido elegir las que considerábamos más adecuadas. El ámbito del retrato como género artístico es el mejor representado por las pinturas del XIX, puesto que de las 2.700, 700 son retratos. Por otro lado, como novedad absoluta, esta es la primera vez que en una muestra quedan reflejados todas las técnicas del retrato: desde la escultura y la miniatura hasta la medallística, el daguerrotipo o la fotografía».

Con semejante colección, prosigue Barón, el público podrá observar los distintos aspectos esenciales del retrato como imagen del poder, con el ciclo biológico que cubre todas las etapas de la vida, desde la infancia hasta la muerte, diferenciando la representación entre hombres y mujeres. En este apartado, el comisario ha subrayado que es en el siglo XIX cuando, por primera vez, hay interés en los niños como «objeto autónomo», especialmente durante el Romanticismo, que es «la época de la felicidad, de la inocencia, que luego será corrompida por la civilización».

Luego, avanza, la atención se centra en las identidades de la mujer y el hombre, cada uno con su propia sala. «Se puede apreciar cómo la mujer despliega su capacidad de seducción y ornamento, con el cuidado de su indumentaria; mientras que el hombre proyecta una imagen de severidad, precursora de la de hoy en día, y prescinde del color de las casacas del Antiguo Régimen del XVIII para dar paso al traje que luego veremos ya en el XX y que llega hasta nuestros días».

Otra cuestión importante es la que se recoge en La imagen del a muerte. «Hoy en día es difícil encontrar retratos yacentes, porque la civilización los quiere eludir. En contraposición, el siglo XIX es el siglo de la memoria, en el que el retrato yacente se desarrolla con fuerza, también las mascarillas funerarias que, en realidad, son las que dan origen al concepto de retrato, pues la mascarilla de cera se aplicaba a los muertos y de ahí pasaba al busto. Así que el origen mismo del retrato está vinculado a la muerte. Asimismo, en este período hay una gran obsesión por cifrar rasgos físicos, estudiar la relación entre la genialidad y los caracteres físicos», detalla.

Por otra parte, como «el arte reflexiona sobre sí mismo, una manera de abordarlo es hacerlo desde la propia condición de artista». Por ello, el XIX es también el auge del autorretrato, ámbito en el que sobresale Goya. «En este siglo los artistas se hacen autorretratos como medio introspectivo para averiguar acerca de la condición del propio yo creador, aunque también retratan a otros artistas, amigos y familiares». La última sección está dedicada al artista en su estudio, un ámbito «muy relevante» porque «el estudio deja de ser un mero obrador técnico y desordenado y pasa a ser un espacio de sociabilidad, donde el artista recibe a amigos y clientes; se convierte en un espacio de representación».

En cuanto al vínculo con la actualidad, Barón ha incidido en la atención hacia los niños, que, al principio, posan estáticos y rígidos, pero luego van ganando naturalidad. «Si vamos avanzando en el tiempo, podemos comprobar cómo los niños van adoptando otras actitudes más desenfadadas, incluso tenemos un retrato de Pinazo, donde parece que el padre da al niño una manzana para que se distraiga porque está cansado de posar. Esa pérdida de convencionalismo y de acercamiento a la naturalidad, esa desenvoltura a la hora de presentarse son rasgos sintomáticos de la modernidad que ya están presentes a finales del XIX. Por tanto, sí que hay un anuncio de lo que vendría más tarde. En todo caso, avisa, hay que tener en cuenta que «existe una impostación de la naturalidad, una definición de cómo debe aparecer alguien si quiere ser moderno».

«Esa constricción no deja de ser una vuelta a las convenciones de años anteriores porque, al fin y al cabo, la naturalidad que se busca a finales del siglo es muy específica. La fotografía también influye en todos estos aspectos y, en un principio, también los posados son estáticos, porque había el riesgo de que la imagen saliera borrosa. Después ya encontramos una evolución del naturalismo mayor. En el XX, con las vanguardias, se producen otros cambios en aspectos que evitan la naturalidad, según los intereses de los artistas, que se encaminan hacia el cubismo u otras definiciones del surrealismo y nuevas objetividades», aclara.

Así las cosas, a través de ocho ejes temáticos -La imagen del poder, El descubrimiento de la infancia, Identidades femeninas, Identidades masculinas, La imagen de la muerte, Retratos y autorretratos de artistas, Effigies amicorum. Imágenes de escritores, músicos y actores y El artista en el estudio- la muestra, según ensalza Barón, ofrece una radiografía del retrato, abrazando desde el neoclasicismo y el romanticismo hasta el realismo y el naturalismo finisecular. Por último, Pérez-Villegas y Barón han incidido en que hay tres itinerarios que "multiplican las miradas de la muestra». De esta manera, quien lo desee podrá hacer un recorrido natural, de sala en sala, pero también se puede llevar a cabo un itinerario fijándose en tres aspectos distintos, con audioguías descargables a través de códigos QR, y que tienen en cuenta las técnicas artísticas, la sociedad del siglo XIX y la indumentaria.