Sebastià Alzamora celebra sus 30 años como poeta con la reedición de 'Rafel', bajo el sello Lleonard Muntaner. | Pere Bota

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Hay quien recuerda el momento preciso en que dejó la infancia y se convirtió en adulto. Puede ser un primer amor, un primer beso, o la muerte de un gran amigo. Este último es el caso de Sebastià Alzamora (Llucmajor, 1972), que a los 16 años creció de golpe a raíz de la muerte de su amigo Rafel, de 17. Una experiencia traumática que le sirvió de punto de partida para escribir lo que sería el primer poemario de muchos. Lo tituló precisamente Rafel y mereció el Premi Salvador Espriu. Ahora, 30 años después, Lleonard Muntaner lo recupera en una nueva edición que incluye el prólogo original, firmado por Miquel Àngel Riera, y uno nuevo, de Miquel Àngel Adrover. Lo presentará este jueves a las 19.00 horas en el Centre Internacional de Fotografia Toni Catany de Llucmajor, junto a Damià Pons quien, de hecho, ya se lo presentó en 1994, pero en Palma.

Como señala Adrover en su prólogo, tuvo que crecer a la fuerza a causa de una gran pérdida, además, prematura, antinatural.
Con 16 años, era consciente de la existencia de la muerte, la había vivido con la muerte de mi abuela, pero aunque me dolió, entraba en los esquemas mentales que me habían enseñado y que, de alguna manera, la propia biología se encarga de dictar. Con 16 no estás preparado para perder a un igual. Por otra parte, no me volví automáticamente un señor mayor, pero es cierto que es un aprendizaje brutal, aunque no seas consciente de ello en ese preciso instante. Con el tiempo te das cuenta de que aquello te hizo mirar la vida y el mundo de otra manera.

Murió de un accidente, lo que pone el énfasis en esa muerte arrebatadora, que llega de improvisto, cuando no se la espera.
En aquella época, finales de los 80 e inicios de los 90, los jóvenes estaban muy motorizados. A los 14 llevabas una moto de 49, a los 16 podías llevar una de 74 y a los 18, de gran cilindrada o coches. Eso implicaba una gran cantidad de jóvenes en la carretera, por lo que había muchos accidentes de tráfico que, francamente, eran evitables. En cambio, ahora tengo la sensación de que se organizan mejor. Esos discursos que hablan mal de los jóvenes, aparte de que te hacen viejo, son equivocados, porque son generalizaciones. Creo que los jóvenes de hoy en día tienen una actitud más cívica y responsable de la que teníamos nosotros. Y eso me alegra.

En el epílogo define el libro como una elegía, pero también una celebración. Y es que, aunque tiene como punto de partida la muerte, es un poemario lleno de vida porque también entraña sufrimiento, amor, amistad. Y la vida también es eso.
Efectivamente. No me parece un libro decadente ni oscuro, aunque parte de un momento muy oscuro. En él hay un trayecto de la oscuridad hacia la luz. Y es así como vivimos, luz y oscuridad suelen ir juntas, conviven. El libro empieza hablando de la muerte de Rafel, pero luego habla de las cosas que han pasado a lo largo de los años en su ausencia. Es una especie de conversación, de monólogo, que se dirige a alguien ausente. Todavía pienso en él y me he preguntado qué hubiera sido de su vida. Ya nunca lo sabremos. Lo que está claro es que su muerte ocupa un espacio en mi vida. El primer verso ya refleja esa idea: «Avui ha fet cinc anys que et vas morir». Yo estoy vivo, pero el otro está muerto. Es lo primero que escribí, lo que activó todo el libro.

Adrover apunta que Rafel es la «génesis del alzamorismo». ¿Es de los poetas que creen que siempre escriben el mismo libro?
No lo creo, aunque sí es cierto que en Rafel se encuentran ya unas constantes que se han mantenido a lo largo de mis libros. En cada momento pones la atención en algo específico y diferente, haces ciertas apuestas estéticas, te corriges. La trayectoria creativa es como la vital: tienes la sensación de que siempre eres el mismo, pero no es así, ya no lo eres. Y eso provoca un doble efecto: de reconocimiento, pero también de extrañeza hacia ti mismo. Esto me recuerda a una escena de Looper, donde el personaje de Bruce Willis emprende un viaje en el tiempo para encontrarse con su yo joven para avisarle de una cosa, pero, como siempre, este no le hace caso y se genera una discusión interesante. Aquí es lo mismo: hace 30 años que salió el libro, pero en ese momento ni yo tenía esa edad ni sabía qué pasaría. Si me hubieran dicho que tres décadas después estaría hablando de una reedición no me lo hubiera creído.

¿Cuáles son esas constantes?
Diría que la suma de la narratividad y la discursividad, pero con lirismo. También la idea del libro de poemas como unidad, pero sin perjuicio de que cada poema es una unidad por sí misma.

En algunos versos hace referencia a la «pornografía» del morirse, de lo «groller» que puede ser un funeral.
En el duelo llega a haber un punto de autocompasión del vivo; puede que sea una hipérbole, pero al fin y al cabo es un recurso retórico. Es un punto de autocomplaciencia a costa del pobre difunto. Llega un momento en el que el muerto es la excusa del vivo para que este se compadezca de sí mismo. Y cuando eres joven eso suscita un duelo colectivo que intento explicar en algunos poemas: el impacto que genera en una comunidad como era el pueblo de Llucmajor hace 30 años. Tal vez no diría que fue pornográfico ni groller, pero sí de gran intensidad. Tenía la sensación de que, en algún momento, estaba sobreactuando.