ENTREVISTA

Amador Vega: «El amor está cargado de deseo, ¿y qué haríamos sin él?»

El filósofo imparte este jueves, a las 19.00 horas, una conferencia en el Espai Buit en la que charlará sobre una ‘Filosofía de amor’

El filósofo Amador Vega durante una visita al Estudi General Lul·lià. | Teresa Ayuga

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Que Amador Vega (Barcelona, 1958) se ocupe teórica y filosóficamente del concepto del amor puede parecer tener algo de predeterminación. Algo así como si alguien apellidado Herrero fuera propietario de una fragua, por poner un ejemplo. El caso es que el filósofo catalán ha dedicado tiempo y espacio para estudiar este concepto y sobre él hablará mañana en el Espai Buit en una charla bajo el título de Filosofía de amor: una aproximación contemporánea. En ella, el autor especializado en nombres como Ramon Llull, Meister Eckhart, Rainer Maria Rilke o la autora Simone Weil, versará sobre los derroteros que nos han llevado a una cultura del autocomplacimiento, dando como resultado un individualismo que anula la posibilidad de conexión con el otro ya que se superpone la singularidad propia siempre a la posibilidad de comprensión de la ajena.

Hay un matiz sutil, pero fundamental en el título de la charla. Habla de Filosofía de y no del amor ¿a qué se debe esta distinción?
—El uso del genitivo hace que sea más universal. Una filosofía del amor podría ser de cualquier amor, pero una hecha de amor es una filosofía que pretende buscar una relación entre los individuos, entre las personas, pero inspirada en un arte de amar, en una sabiduría. Es una filosofía hecha de amor, pero no solo pasional, aunque también. Me inspiro en Llull, para quien solo hay un amor, y haré un recorrido por estas tradiciones que empiezan en la antigüedad, como el Cantar de los Cantares, hasta nuestros días, con Simone Weil.

¿Por qué el intento de recuperar este concepto de amor en un contexto como el actual?
—Por decirlo así, el amor lo salva todo en circunstancias tan revueltas como las nuestras, y no diría que las anteriores no lo hayan sido. Son circunstancias de falta de esperanza, hay mucha angustia. En una filosofía de amor hay deseo, pero no de esto o lo otro, sino uno más alto, que es un recorrido muy corto, sino de lo más alto. Puede parecer una pretensión enorme querer lo más alto, pero el ser humano debe ser ambicioso en el espíritu y en lo material.

Ya estuvo en la Isla para hablar de otro concepto esquivo, el vacío, ¿hay relación entre ellos?
—En la tradición occidental casi no está presente el concepto de vacío, aunque hay autores, como Eckhart, que en la Edad Media proponen que el fundamento de todas las cosas está en el vacío. No hay que entenderlo en un sentido literal, quiere decir que ha de ser vaciado, desnudo y pobre del yo que desea y nunca tiene bastante. Hablar de vacío es un reto porque nos confronta con la ruptura de ese deseo continuado, esa perversión del deseo porque no puede ser nunca satisfecho ni más que eso mismo, deseo. Es lo único que nos lanza más allá de nosotros mismos, lo demás es autosatisfacción, ensimismamiento.

¿Cómo pasa del vacío al amor?
—Para amar hay que vaciarse. El amor es una relación transitiva por lo menos entre dos y nunca hacia sí mismo y el vacío es este grado de gracia que te permite estar a disposición, a recibir. Es como una conversación, si no te callas no puedes escuchar al otro. Es un acto de pasividad positivo que te permite ser acogido. Y hay que recuperar el elemento platónico del amor tan denostado: el amor está cargado de deseo, ¿qué haríamos sin él? No tengo definición de lo que es el amor, pero tiene una función social de ir hacia los otros, de tender la mano. Es el fundamento para la concordia, el respeto. No es unión, que es poder sobre el otro, es mantener la singularidad del otro en base al respeto.

¿Por qué recuperar este concepto del amor?
—Porque todo concepto universal es contemporáneo, aunque haya sido creado en el siglo XIV. Hoy en día hay una cultura del ensimismamiento y el narcisismo, alimentada por los medios y dispositivos que son espejos terribles de uno mismo, y quiero hacer reflexionar sobre la singularidad, la diferencia. Aceptar la ambigüedad. El discurso del pensamiento único y la verdad, la certeza, han hecho daño, y el ser humano es ambiguo, somos equívocos por naturaleza; somos buenos y malos al mismo tiempo. Asumido esto, las cosas se podrían situar de otra manera muy diferente.

Además, amar cuando el otro es perfecto y lo hace todo bien es muy fácil, lo difícil es hacer el camino hacia el otro a pesar de sus errores, ¿no es así?
—En efecto. No hay que obsesionarse con la perfección, que es una dictadura. Esto no quiere decir que haya que defender el relativismo, pero sí la relacionalidad. Somos seres relacionales, ¿qué seríamos sin los demás? Nos necesitamos los unos a los otros como una red. Somos puntos interconectados.