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Balears ha mejorado considerablemente en muchos de los determinantes de Producto Interior Bruto (PIB) desde la transformación productiva que experimentó en los años 60. A lo largo de estos años, la estructura económica del Archipiélago ha mostrado una elevada capacidad de aprovechamiento de las oportunidades que han surgido en torno al turismo de masas y, paralelamente, ha hecho gala de un elevada capacidad de adaptación a la restructuración industrial que tuvo lugar a finales de los 70, al desmantelamiento arancelario asociado a la entrada en la CEE en los 80, a la liberalización de los mercados y la entrada en vigor del Tratado de Maastrich de los 90 y a los cambios necesarios para cumplir los objetivos de integración en la unión monetaria.

No obstante, es preciso reconocer que el descenso continuado y progresivo del PIB per cápita durante los últimos quince años evidencia que el crecimiento insular presenta un gran potencial de mejora. Ejemplos de regiones como Massachussetts, Florida, Baviera, Flandes, Baden-Württemberg o, más cercanas, como el País Vasco, que han conseguido diseñar e implementar con éxito una estrategia de transformación productiva sirven para demostrar no solo la viabilidad de estos procesos sino que el conocimiento y la colaboración y cooperación de los actores regionales es clave para relanzar la economía.

El caso de Massachusets ilustra cómo la modernización y ampliación de la estructura económica tras la intensa pérdida de competitividad que sufrió la región entre 1989 y 1992 redundó en mejoras de productividad y, por ende, en aumentos duraderos del crecimiento económico y de la calidad de vida de la sociedad. Hay que recordar que, a finales de los ochenta, la potente industria de miniordenadores de Massachusets no entendió la revolución asociada a la introducción de los ordenadores personales (PC), un error que resultó letal para la supervivencia de esta actividad. Al mismo tiempo, el final de la guerra fría y los recortes de presupuesto en defensa pusieron en aprietos a los grandes contratistas del sector ubicados en la región. Todo ello derivó en una profunda recesión que arrastró al sector inmobiliario y bancario local y se saldó con una pérdida del 11,6% de los puestos de trabajo en cuatro años.

Ante esta situación, sector privado, gobierno y universidad optaron por compartir conocimiento y colaborar en la potenciación del desarrollo económico, sobre la base de un abanico de nueve clústeres sectoriales. Concretamente, para impulsar la actividad asociada al clúster biotecnológico se tomaron una serie de medidas directas, la más importante de las cuales fue la creación de una plataforma de colaboración para favorecer el intercambio de conocimiento entre los actores regionales más directamente vinculados con las tecnologías de la salud. Paralelamente, se aprobaron incentivos fiscales, medidas legales para favorecer tanto la atracción de inversión como de talento exterior y un conjunto de medidas indirectas como la articulación de nuevos planes de estudio para los futuros trabajadores. Todo ello, junto con el estímulo del emprendimiento con la selección de los mejores planes de negocios, la mayor oferta de financiación para la creación de nuevas empresas mediante la captación de fondos de capital riesgo, la implicación del sistema financiero local y la oferta pública de capital semilla, entre otros, explica que Massachussets ocupara en el año 2001 un puesto de liderazgo mundial en el sector biotecnológico con más de 450 empresas, 28.000 trabajadores y una facturación anual de 8.000 millones de dólares. Este crecimiento benefició a otros sectores como el de la alimentación y nutrición o el de las tecnologías ambientales. El resultado final de esta transformación es el que hoy todos conocemos.