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La política económica del Gobierno tiene que procurar un marco adecuado para el crecimiento. Ha de establecer unas bases sólidas y eficientes para que las familias y empresas tengan las mejores condiciones para llevar a cabo sus proyectos. No ser una traba sino un incentivo permanente. Fácil no es, desde luego, para una economía como la española que ha tenido que afrontar la crisis más larga y profunda de la historia reciente. Primero había que arreglar los enormes desperfectos y después apuntalar el edificio para evitar el derrumbe; o más claramente, para no tener que pedir el rescate.

Es importante saber de dónde venimos para valorar bien lo que hemos logrado. Lo prioritario era restablecer la confianza en la economía española. Sin que se cumpla esta condición, no hay Gobierno capaz de crear el marco adecuado al que me refería. La prima de riesgo no es algo demasiado tangible pero es un verdadero termómetro de la confianza que inspiramos. A mediados de 2012 llegamos a superar los 600 puntos básicos; hace unos días hemos bajado de 100. Nuestro bono a diez años cotiza a mínimos históricos. Todo ese camino hemos recorrido.

Esto nos vale mucho porque se contagia a la economía privada; son vasos comunicantes. Las empresas -incluidas las del sector turístico, tan importantes para Balears-, se financian ahora con normalidad en los mercados y a tipos más bajos. El coste de la financiación bancaria para empresas ha caído en torno al 25% desde 2012. El Tesoro público puede ahorrar en intereses (casi 14.000 millones en dos años respecto de lo presupuestado), lo que deja margen para otras políticas que tantos recursos nos han absorbido durante la crisis, por ejemplo las prestaciones por desempleo o la nueva ayuda a parados de larga duración. Los inversores confían en España porque hemos adoptado medidas valientes para salir de la crisis. Quizá también porque les ha sorprendido nuestra capacidad de superación.

Sin la reducción del déficit público en un contexto de grave recesión, sin el saneamiento del sector financiero y sin la reforma laboral, hoy estaríamos en una situación muy distinta. La consolidación fiscal se ha hecho con el esfuerzo de todos, administración central, comunidades autónomas y ayuntamientos, trabajadores y empresarios e incluso la solidaridad familiar. La política de austeridad en el gasto y la subida de impuestos permitió equilibrar las cuentas públicas. Hay que seguir siendo austeros en el gasto pero ya este mismo mes de enero se notará en las nóminas la rebaja del IRPF, igual que se apreciará en las empresas por la reforma del impuesto de sociedades. Las perspectivas de recuperación de la economía nos darán margen para nuevas rebajas de impuestos más adelante.

Sin el saneamiento del sector financiero no podríamos estar hablando ahora de aumento del crédito, algo fundamental para que las empresas inviertan y creen empleo. Tenemos todavía que reducir el nivel de endeudamiento global porque en el origen de la recesión que hemos vivido está la burbuja de crédito asociada al “boom” inmobiliario. Pero ahora, por ejemplo, el crédito nuevo a empresas por menos de 1 millón de euros lleva más de un año creciendo. Y si lo referimos a hogares, el aumento empezó en enero de 2014. El sector exterior y el del turismo han sido, por otra parte, un excelente balón de oxígeno durante la crisis y ahora las condiciones para seguir creciendo están dadas. La construcción puede haber tocado suelo y dejará de restar al crecimiento.

La reforma laboral nos ha cambiado el panorama del mercado de trabajo en España. Ahora podemos crear empleo con tasas de crecimiento de la economía incluso inferiores al 1%, cuando antes necesitábamos al menos el 2%. Hemos pasado de destruir más de un millón de empleos en el año 2009 a crear 433.900 puestos de trabajo en 2014. Seguro que durante 2015 mejoraremos la cifra hasta sumar cerca de un millón de empleos estos dos años. Desde el máximo del primer trimestre de 2013, el número de parados ha bajado en más de 850.000. La normalización del mercado de trabajo es esencial para que crezca el consumo, como ya ocurre desde hace seis trimestres.

No se nos podrá acusar de optimistas cuando la mayoría de los analistas del sector privado estiman para la economía española un crecimiento en 2015 superior al 2%. De hecho, hemos entrado en este ejercicio con una velocidad de crucero superior. Algunos factores, como la caída del precio del petróleo –tan importante también para el sector del turismo- nos ayuda con una inyección de renta de unos 15.000 millones de euros. La depreciación del euro es, además, un acicate para las exportaciones y para atraer turistas. Las medidas de estímulo adoptadas el pasado jueves por el BCE tendrán también un efecto beneficioso.

Pero estos tres elementos son comunes para el conjunto de países de la zona euro y España, sin embargo, registra un mayor crecimiento y un ritmo más alto de creación de empleo que nuestros socios de la moneda única. Así lo acaban de reflejar las previsiones del FMI que acabamos de conocer y estoy segura de que lo harán las que publicará en unos días la Comisión Europea.
Perdimos mucho terreno durante la recesión, pero creo que lo vamos a recuperar con cierta velocidad. Es importante que cada uno desde su territorio o desde su sector de actividad entienda que el esfuerzo común y las políticas del Gobierno nos han permitido evitar el colapso, restablecer la confianza y crear el marco adecuado para el crecimiento y la creación de empleo en beneficio de todos.