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El pueblo británico, en proporción 52 frente a 48%, se ha pronunciado favorablemente a la salida de su país de la Unión Europea, generando con ello una situación inédita hasta la fecha, mezcla de desconcierto y de pánico.

Desconcierto, porque el resultado del referéndum representa la primera petición de salida de un club al que hasta ahora todos querían entrar (y que resulta difícilmente imaginable sin el Reino Unido), y pánico, porque evidentemente, los votantes pro-brexit no han calibrado las consecuencias económico-financieras ni para el estilo de vida de su país, sino que han seguido impulsos mucho más primarios, como el rechazo a los inmigrantes o a lo que consideran un excesivo nivel de solidaridad y libertades.

Debemos ser conscientes que en los motivos de fondo del “Movimiento brexit” ha pesado, y mucho, el profundo malestar y descontento de los ciudadanos de Occidente hacia sus políticos y estructuras de poder, que, como el vapor de una olla a presión, aflora hoy como brexit, mañana como auge del populismo en Grecia o España, y pasado en forma de victoria ultraderechista en Francia o Austria.

Siendo esto cierto, en la materialización de la amenaza del brexit han concurrido otros factores, de oportunidad y de proceso: en primer lugar, el momento elegido para celebrar el referéndum no era el adecuado, pues la crisis de los inmigrantes en Europa y los recientes atentados exacerbaban evidentemente el miedo a lo externo, como si la Unión Europea fuera la cura para todos los males de nuestra sociedad.

En segundo lugar, el referéndum británico ha vuelto a evidenciar todas las dudas sobre las consultas populares. He debatido con buenos amigos juristas acerca de la imperfección democrática de utilizar el referéndum, cuando todos los pueblos europeos nos hemos dotado de instituciones representativas parlamentarias, y todos coincidimos en el peligro que conlleva su utilización poco rigurosa.

En el caso del referéndum del brexit, concretamente, el momento elegido no era el adecuado, al confluir numerosos factores que convenientemente mediatizados, dificultaban una reflexión serena y objetiva sobre la importancia de pertenecer a Europa. Pero además, se han hecho visibles –reconocidas incluso por algunos líderes políticos– las “mentiras del brexit”, es decir, las falsedades, medias verdades o afirmaciones sin contraste real alguno, utilizadas en la campaña por la salida.

La economía británica ha sido la primera en padecer los resultados de esta irresponsable convocatoria, que muchos británicos ya lamentan abiertamente, y a medio plazo, la inestabilidad de la libra y otras consecuencias del brexit tendrán sin duda un impacto en el turismo británico, el primer mercado emisor para nuestro país.
Espero, por el bien de todos, que el proyecto de Europa permanezca y sepa fortalecerse tras la experiencia del brexit, y que la decisión del pueblo británico no le aleje definitivamente de la Europa próspera, segura y solidaria que dicho proyecto representa.