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La temporada de verano está siendo en Eivissa-Formentera bastante buena. Tal vez no será excepcional como la del pasado 2015 pero no nos deberíamos quejar. Bueno, nos quejaremos porque a lo bueno uno siempre se acostumbra.
Todo esto, pese a que soy economista, tiene mucho de opinión y muy poco rigor científico, para qué nos vamos a engañar. Nadie en su sano juicio hace caso a un economista ni pretende estar informado gracias a los comentarios de mis colegas de profesión.

Y es que los economistas servimos para muy poco… pues no hemos sido capaces de predecir ninguna de las grandes crisis, ninguna de las burbujas que han estallado o estén a punto de hacerlo…

Fíjate si es absurda esta profesión que una tesis y la contraria pueden ganar un Premio Nobel (2013) a la vez: R. Schiller (Yale) y E. Fama (Chicago).

A los economistas de verdad -no como yo, que me dedico al asesoramiento de empresas y no tengo más remedio que bajar a la tierra- están enamorados de sus Excels, de sus metodologías y de las matemáticas que demuestran sus teorías. Y esto está muy bien, porque no te contamina el contacto con la gente, pero te aleja de la realidad.

La economía es una ciencia social, y por tanto estudia el comportamiento del ser humano que -generalmente- no suele actuar de la misma manera en situaciones idénticas. Por este motivo a los políticos les encanta defender sus ideologías “a punta” de economista, y si es mediático mejor que mejor.

El rigor científico y el mensaje inteligible (adaptado a una audiencia no siempre experta) casan bastante mal y por este motivo es fácil deslizarse hacia populismos y demagogias.

Todo lo dicho hasta ahora no pretende desprestigiar mi profesión, ni mucho menos, y lo dicho hasta ahora solo era una provocación. Una recomendación para que nunca te creas todo lo que te cuentan (sean economistas u otros opinadores) y no exijas a un economista más de lo que le exigirías (por ejemplo) a un médico. Es decir, si le preguntas a tu médico si fumar es malo y te puede matar, es lógico que te diga que sí, pero lo que nunca se te ocurriría preguntarle es “¿Cuándo?”. Pues con los economistas ocurre lo mismo, sigue el tratamiento y acepta que no hay respuestas para todo.