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El sociólogo de origen polaco Zygmunt Bauman, padre de la modernidad líquida y Premio Príncipe de Asturias 2010, ha fallecido recientemente en su casa de Leeds en Inglaterra.

Conocí personalmente a Bauman en mayo de 2014 en una breve estancia suya en Barcelona. Personaje sabio, irónico, provocador intelectual, sus pelos blancos revueltos, con su inseparable pipa. Nuestra charla se centró en el posmodernismo, término al que era reacio porque en su opinión, y a diferencia de otros sociólogos como Lyotard o Hardy, todavía falta perspectiva histórica para dar por terminada la modernidad.

Bauman, pensador de referencia mundial, estaba obsesionado por el desenfreno humano en el consumo, que acaba convirtiendo el ciudadano en consumidor, que si no consume corre el riesgo de ser excluido socialmente y que expulsa sistemáticamente a gente sin empleo o con empleos eternamente precarios y una clase media atribulada al ver que hoy nadie está libre de convertirse en un desecho.

La sociedad actual no cree en los valores que parecían eternos y tampoco hay soluciones definitivas ni duraderas: es el mundo líquido, en el que nuestras vidas son como un líquido en un vaso, en el que el más ligero empujón cambia de forma, teoría que Bauman aplicará a todos los conceptos de la vida: el amor, la educación, la religión, la empresa, el Estado-nación, las ideas, los puestos de trabajo... ya no duran para siempre y pasan a ser efímeros y estar regidos por la mutabilidad.

En su teoría de la modernidad líquida, la racionalidad técnico-científica, no brinda explicaciones duraderas y los contextos de los siglos XIX y XX fueron diseñados bajo el molde del racionalismo causa-efecto, con miles de obreros trabajando en grandes fábricas que iban a durar como catedrales y tenían que ser paradigmas de una modernidad sólida.

Con Bauman podemos afirmar que “en este mundo la única certeza es la incertidumbre en la que estamos...” y si nos referimos en el ámbito empresarial la incertidumbre y la inseguridad son elementos inseparables de la gestión y el riesgo que asume el empresario es el que justifica el beneficio a modo de recompensa por asumir un riesgo incierto.

La empresa del siglo pasado era una empresa sólida, hoy hablamos de una empresa líquida y en un futuro próximo quizás tendremos la empresa evaporada o gaseosa porque las estructuras sociales y empresariales se están derritiendo y están en permanente evolución y, paralelamente, en permanente disolución.

Es evidente que las empresas se hallan en un contexto en donde cada vez es más difícil prever las situaciones que aparecerán en el futuro, y por lo tanto hay que aplicar nuevas técnicas que sean flexibles a los cambios inevitables e irreversibles que se producirán en un futuro muy próximo.

La modernidad líquida era la definición de Bauman a nuestra sociedad: “despiadada, egoísta y desigual..., en la que nuestros recuerdos son temporales, pasajeros, válidos solo hasta nuevo aviso”. Todo es líquido, cambiante y efímero.