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El pasado 4 de mayo falleció a los 95 años William Baumol, uno de los economistas más prolíficos del siglo XX. A sus conocidos modelos de crecimiento (Baumol-Tobin) y de demanda de dinero debemos añadir su aportación sobre los mercados contestables y, sobre todo, a un tema tan curioso y repetidamente debatido como es “la teoría de la enfermedad de los costes” (Cost Disease) y que en nuestro caso nos permite entender algunas curiosidades sobre el comportamiento del sector público y el sistema de financiación autonómico.

La teoría de la enfermedad de los costes parte de la idea de que en un mundo innovador y tecnológico en el que producimos mercancías de forma cada vez más eficiente y donde la producción por trabajador no deja de aumentar año tras año en sectores como la agricultura o la industria, persisten, por el contrario, ciertas actividades donde la productividad se encuentra estancada. Así, mientras las fábricas de coches incrementan incesantemente su producción anual por trabajador, por el contrario, como expone Baumol, para tocar un cuarteto de Beethoven se siguen necesitando aún cuatro personas.

De forma análoga, las actividades de carácter artesanal o creativo como los servicios personales (sanidad, educación, cuidados sociales, etc.) o cuaternarias (informática, marketing, etc.) experimentan incrementos de productividad muy limitados en el tiempo. Como resultado, mientras que en los sectores con altas productividades (agricultura, industria, etc.) se pueden elevar los salarios sin aumentar los precios de los productos, en éstos otros sectores cualquier aumento salarial incrementará automáticamente sus precios. Por tanto, los precios relativos de la educación, sanidad o los servicios sociales tenderán a subir en el tiempo en relación al resto de productos de nuestra cesta de consumo, o dicho de otra forma, la cantidad de renta que dedicaremos de media a estos productos no dejará de aumentar en el tiempo.

A título de ejemplo, en los EE UU desde los años 80 el coste de la educación universitaria ha crecido un 440% y los gastos en sanidad un 220% mientras que los salarios aumentaban un 150% y la inflación un 110%. Estas cifras quieren decir que el nivel de vida ha aumentado ya que los salarios medios han subido un 40% más que el coste de su cesta media de consumo, pero su gasto medio en educación y/o sanidad ha crecido mucho más que el salario medio. Ésta es la enfermedad de los costes, que explica por qué el estado de bienestar es cada vez más caro y tiende a devorar nuestros ingresos, pero también explica porque el estado central debe incrementar de forma continua su financiación a los organismos que prestan dichos servicios.

En el año 2001 las comunidades autónomas españolas recibieron las transferencias de sanidad, educación y servicios sociales y se determinó un sistema de financiación que debía revisarse quinquenalmente. ¿Cómo se puede luchar contra “la enfermedad de los costes”? En primer lugar, asumiendo que si no recortamos el estado de bienestar tendremos que padecer en el futuro “recortes, restricciones y privaciones” crecientes en nuestra renta personal. Y en segundo lugar, mejorando la productividad de las prestaciones públicas. En España nuestro sector público es muy poco eficiente, está fragmentado, sindicalizado y con sistemas de organización desfasados. Nuestra administración se caracteriza por ser poco flexible, poco predispuesta a la introducción de innovaciones y, a tenor de los informes internacionales, con salarios excesivamente altos en los niveles menos cualificados. En conclusión, necesitamos algo de la racionalidad de Baumol.