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La huella hídrica, como la huella del carbono, es un indicador alternativo del uso que se define “como el volumen total de agua dulce usada para producir los bienes y servicios obtenidos por una empresa, o consumidos por un individuo o comunidad”.

El agua, como todos sabemos, es un bien limitado, escaso, renovable, vital, frágil e irregularmente distribuido. Un recurso de vital importancia para asegurar una población mundial que ahora es de 7.500 millones de habitantes, pero que según la ONU podría contar con 9/10.000 millones en 2050 y, paradójicamente, el volumen de agua en el mundo es un valor constante. Disponemos de la misma cantidad de agua que existía hace millones de años, no más.

Las estimaciones más precisas, recogidas en el libro “El mundo del agua”, cuantifican el agua azul en 45.000 Km3, con recursos hídricos renovables muy variados según regiones y Balears, como la totalidad de la zona mediterránea, está entre los que sufrimos “estrés hídrico ocasional”.

Es a partir de la mitad del siglo pasado que el agua, que era un bien libre, pasa a ser un bien económico de gran valor y cada vez más de mayor precio, por lo que hay que ordenar los aprovechamientos superficiales, subterráneos, las desaladoras (para consumos muy determinados como zonas urbanas o turísticas), pérdidas en las redes de distribución (27%), aguas grises o residuales... Hoy el marco de actuación en la gestión de aguas nos viene definido desde la Comisión Europea, con la Directiva 91/271/CEE.

Hoy queremos enfocar la gestión del agua en el ámbito turístico por la repercusión que tiene en nuestras islas, y calcular la incidencia de la huella hídrica en el turismo, ya que el promedio de gasto directo de agua de los turistas que nos visitan (duchas, piscinas, lavandería, spa...) es aproximadamente de 400 litros/día (y si juegan al golf el gasto es el doble), frente a los 116 de la población residente.

Traduciendo en días se estima que el gasto anual primario del turismo en nuestras islas equivale el consumo de 241 días de los residentes. De ahí la importancia de una buena gestión de los recursos y la incorporación del concepto de huella hídrica supone una revolución cultural en la búsqueda de soluciones para encontrar un uso responsable del agua y avanzar en sostenibilidad.

En hostelería hay muchos usos del agua que se pueden resolver de mejor manera: reduciendo el caudal de duchas y grifos, cisternas de doble carga, reutilización del agua, lavandería, jardines... e intentando concienciar a los clientes con mensajes relacionados con el respeto al medio ambiente.

El cambio climático, el incremento de la población, nuevos modelos alimentarios y productivos (un país, como el nuestro, con estrés hídrico permanente debería orientar su modelo productivo para ser importador neto y no a la inversa) son factores que llevan a plantear nuevas políticas sobre una agua que según el profesor Llanos es poliédrica, porque presenta múltiples facetas: geológicas, biológicas, económicas, ambientales, éticas y religiosas, siendo causa de conflictos entre territorios limítrofes. Fue el presidente Kennedy quien afirmó en su día que quien fuera capaz de resolver los problemas del agua, será merecedor de dos premios Nobel: uno por la Paz y otro por la Ciencia.

El sector turístico es consciente del tema de sostenibilidad global y en este caso de la gestión del agua. El ITH cifra el coste hídrico en las instalaciones de hostelería entre el 6 y el 12% de los gastos fijos y las soluciones de reducción de consumos generan el correspondiente ahorro económico y por ello deben potenciarse todas las medidas que la economía circular postula.