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Si eres una persona que alguna vez has pensado o verbalizado ideas del tipo “a mi las finanzas no me interesan” o bien “las finanzas son cosa de economistas”. O mucho más grave, sigues las indicaciones financieras que te dan en el banco o confías en las recomendaciones de algún gurú de crecepelos monetario, este artículo te interesa.

Las finanzas son esencialmente una tecnología inventada antes de la escritura, más aún, en cierta manera, los habitantes de Mesopotamia recurrieron a la escritura cuneiforme a finales del IV milenio a. C. para poder registrar y gestionar mejor las transacciones comerciales de sus habitantes en el templo. No es, por tanto, un invento de economistas y, desde luego, no es una creación maligna o torticera de malvados capitalistas. La tecnología financiera permite a los individuos y sus sociedades viajar en el tiempo, en el tiempo monetario. Con herramientas a la vez tan familiares y etéreas como los tipos de interés, podemos mover nuestro dinero hacia el futuro y hacia el pasado de ese futuro.

El saber financiero facilita la reasignación de valor económico, atravesar la barrera de la incertidumbre que separa el presente del futuro (una fórmula poética utilizada por William N. Goetzmann en referencia al rebalanceo de riesgos) y orientar capital ocioso hacia actividades productivas y potenciales mejoras empresariales y sociales. Los préstamos hipotecarios nos permiten adquirir un hogar pese a no disponer de ahorros significativos; los seguros de vida encapsulan recursos para auxiliar a las personas que nos quieren cuando tengamos que privarles de nuestra física presencia; la Bolsa y demás mercados de capitales, locales o mundiales, regulados o consuetudinarios, permiten el acceso al dinero a los futuros colonizadores de planetas habitables.

La tecnología financiera también genera problemas, como no. Una característica más de este tipo de saber es que amplía y complica cada vez más la capacidad de reasignar valor económico, riesgos y capitales. Y en el proceso ocurren desmanes como el empaquetamiento de préstamos hipotecarios irresponsables concedidos por indoctos financieros y colocados por aprovechados avariciosos a bancos e inversores alrededor del mundo.

¿Podemos concluir, entonces, que es mejor no aprender finanzas y dejar esta “lejana” disciplina en manos de otros? Muy al contrario, no hay riesgo mayor que dejar en manos de otros nuestras decisiones de inversión y endeudamiento. Los desahucios por impago de hipotecas, las participaciones preferentes o, más recientemente, la compra de acciones ofrecidas por bancos tocados y hundidos no son culpa de las finanzas, sino de la ignorancia financiera. Aprender finanzas nos hace más libres, ignorarlas, siervos de banqueros, seguidores de políticos embaucadores, obedientes clientes, presas de estafadores. Víctimas de nuestra propia ignorancia.

No hay apenas enseñanza de finanzas personales a lo largo de nuestro sistema educativo. ¿Adivinan quién gana con esta inexplicable carencia?
Las finanzas no son cosa de economistas, en absoluto. No es casualidad que nacieran incluso antes que la escritura. Y sin embargo aquí nos tienes, repitiendo los mismos errores de antes de la crisis que no cesa.