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Al comienzo de la aviación se volaba solo entre las ciudades más importantes. Los clientes que no vivían en ellas tenían que buscarse la vida hasta el lugar de origen. Con la aparición del 747, Jumbo, se introdujo la fórmula de hub and spoke por la cual las compañías recibían pasajeros procedentes de aeropuertos menores, los concentraban en un centro de distribución y los redistribuían a otros aeropuertos menores.

El sistema dio un gran paso adelante con el crecimiento de los superconectores, las compañías del golfo Pérsico que enlazan desde sus bases con otros aeropuertos de cualquier tamaño.

Un nuevo avance, la comercialización de aviones de un solo pasillo autorizados a cruzar el océano, ha permitido a compañías de bajo coste operar en largo radio entre aeropuertos pequeños y más baratos a ambos lados del Atlántico. Esta tendencia se monta a caballo del enorme incremento en el número de aeropuertos regionales.

Como consecuencia, actualmente hay más de veinte mil parejas de ciudades conectadas, una cifra inusitada hasta hace pocos años. Los vuelos directos se han convertido así en un deseo de los promotores turísticos y de las autoridades de muchos destinos. Es normal que al poco de tomar posesión de su cargo el político de turno encargado del turismo prometa vuelos directos a países lejanos, con promesas que no podrán cumplir.

Un buen ejemplo lo tenemos en el conseller insular de Mallorca del ramo, Cosme Bonet, que al poco de empezar declaró que su prioridad era conseguir el vuelo directo Toronto-Palma, para lo que iba a iniciar negociaciones con Air Transat, aerolínea canadiense de bajo coste que ya opera con Madrid y que además podría ayudar a traer estadounidenses, señalando que 40.000 habían venido el año pasado sin tener vuelo directo.

Hay que decir, en honor a la verdad, que también indicaba que este movimiento se hacía ante la necesidad de buscar alternativas a unos mercados como el alemán y el inglés afectados por la competencia turca y el brexit.

A no ser que el Govern insular pague, no veo el interés comercial en esa operación ni para el mercado mallorquín- no hay suficiente tráfico de vuelta- ni por supuesto para los estadounidenses, que si quieren volar a Palma no irán a Toronto para un vuelo a la semana sino a Londres, desde donde hay decenas de vuelos diarios, a Madrid desde los puntos correspondientes o a otros puntos en el Reino Unido a los que acceden en vuelo directo y conectan luego. Respecto a los 40.000, casi todos son residentes en Europa, como los militares.

De Transat nunca más se supo. Pero el Comité de rutas del aeropuerto de Palma, formado por gente conocedora del asunto, decidió el pasado 5 de septiembre ampliar la apuesta y abrir negociaciones para lograr vuelos directos con China, EEUU, Brasil y Argentina, lo que inmediatamente apoyó la agencia encargada de la promoción. Buena suerte. En unos meses preguntaré por los resultados.