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La difusión de los datos recogidos por el Institute for Health Metrics and Evaluation, según los cuales antes de veinte años España será el país más longevo del mundo -actualmente es el segundo- superando al que hoy es el primero, Japón, ha tenido más impacto mediático en algunos países anglosajones que en España.

Periódicos como el Guardian o el Times se sorprenden de que un país con altos índices de fumadores, el 23% de los adultos, y en que gran parte de la población bebe vino no solo en la cena sino también al mediodía y con las tapas, pueda tener tanto éxito con la salud. Ya se extrañaron en su día con la “paradoja francesa” por la menor incidencia allí de las enfermedades coronarias a pesar del foie gras y también del vino.

Los motivos son de sobra conocidos tanto en el caso nuestro como en el país nipón, otro país de fumadores. La dieta con pescado y verduras, y poca cantidad en el caso asiático, y sobre todo el papel de las relaciones sociales, familia y amigos, fuerte en estos dos países y débil en los anglosajones. Como es habitual por algún lado aparece un refrán que viene a cuento. Para envejecer bien es necesario “mucho trato, poco plato y mucha suela de zapato”. Y sobre todo estar contento con la vida.

Está claro que es un motivo de orgullo, pero recordando a Pla ante el escándalo de luces en Nueva York: ¿Quién pagará esto? Actualmente gastamos en pensiones casi un cuarto del gasto público total y cerca de un 15% en sanidad, la mayor parte en personas mayores, mientras que el gasto en educación es solo del 10%.

Si las previsiones se cumplen, los gastos en pensiones y sanidad irán en aumento drenando recursos para el resto, es decir se incrementarán las transferencias de rentas de los más jóvenes a los mayores.

Porque está claro que viviremos más, pero ¿viviremos mejor? ¿Cuál es la esperanza de vida saludable? Parece que lo que se extiende es la fecha de la muerte, pero no el que algunos llaman el periodo más feliz de la vida, el que va de la jubilación al “viejazo”.

Inevitablemente habrá más personas con enfermedades degenerativas que requieren un alto gasto, y qué decir del coste emocional para las familias que tienen ancianos duraderos, cuando pasan de subvencionar a necesitar cuidados permanentes.

Por supuesto la clase política es consciente de esta evolución, pero no se atreve a poner ni el más mínimo parche que ayude a aliviar los efectos negativos. Todos los partidos votaron la subida de las pensiones de acuerdo al IPC, algo insostenible, y ninguno osa proponer el copago sanitario -lo intento humildemente el Govern con el conocido resultado- o la necesidad de aportar financieramente a la propia jubilación. Así que todos contentos con ese éxito español y que se preocupe la siguiente generación.