Ante una situación económica global altamente inestable y que arrastramos desde hace dos años por los motivos de sobra conocidos por todos, sorprende que ni el gobierno ni la Unión Europea hubieran dedicado sus esfuerzos a implementar toda una batería de medidas económicas defensivas y a la par que estimulantes para paliar parte de la repercusión económica que ineludiblemente tenía que presentarse en el momento de dejar atrás la pandemia, es decir: escalada de precios e inflación, la cuál, valga decir, que ya no se trata de una mera inflación coyuntural o subyacente como algunos se empeñaron en calificarla hasta bien entrado el mes de febrero.
Pero lo que asombra, y despista mucho más, es que el gobierno no adoptara ciertas medidas al unísono de la imposición de sanciones a Rusia justo después del estallido de la guerra, como si ha sido el caso de países como Italia, Bélgica, Francia o Alemania. Incluso Portugal se ha sumado al carro de quienes han presentado paquetes de medidas para hacer frente a la fuerte subida de los precios de la energía y los combustibles con una mezcla de alivios fiscales y ayudas directas.
Es más, el aturdimiento es mayor por cuanto la inacción gubernamental se produce en un momento en el que parecía que salíamos del estancamiento de la pandemia y entrábamos en una fase expansiva, vinculada lógicamente a una mayor producción y circulación de mercancías, así como una mayor libertad de movimiento y circulación de personas (ambos aspectos vitales en una economía eminentemente turística como la nuestra). Después de haber permanecido infinidad de tiempo en una autopista colapsada, cogíamos nuestro desvío y comenzábamos a respirar, saliendo del apelotonamiento. Por desdicha nuestra, el desvío tomado no está todo lo expedito que quisiéramos, la circulación sigue siendo densa, los baches no han sido reparados, llevamos el tanque al mínimo y la mera idea de repostar nos produce náuseas.
Guerras a parte, era inevitable y del todo predecible que la reactivación económica mundial en un entorno postpandémico provocaría un aumento de los costes de producción de muchos bienes ya que en un momento inicial la oferta incipiente y aritmética no puede ir al mismo ritmo que una demanda que asciende en espiral. En este sentido, sobrecoge que la Unión Europea no se adelantara, en previsión de lo que se le venía encima, y permitiera una reducción temporal de los tipos aplicables del IVA y de ciertos impuestos especiales a todos sus países miembros.
Desgraciadamente, los gobiernos no han tomado medidas, quizás más ocupados en hacer caja, ya que cuanto más cara sea la gasolina y la electricidad más cobra el Estado, ya saben, impuestos sobre impuestos. Mientras tanto, todo el tejido productivo del país está desprotegido y el golpe para las finanzas particulares es tremendo. Mientras que el gobierno sigue con la cantinela de que bajar impuestos produce daño a la Hacienda Pública y no repercute en el consumidor, son las familias, empresas y autónomos, quienes, al fin y al cabo, cargan con el esfuerzo y atraviesan penurias.