Nunca, al escribir sobre algún tema, deseé estar tan equivocado y que el tiempo me quitara la razón, condenándome a la mayor de las humillaciones. Lo digo en serio, pero es que detrás de algunos mensajes políticos triunfalistas, que no es que vean aquellos brotes verdes es que ven bosques gigantes, me viene a la cabeza la película de Tarantino Pulp Fiction, que está llena de frases geniales y que, en una situación como la actual, nos viene como anillo al dedo la del Señor Lobo cuando intenta contener la euforia con su mítica «No empecemos a chuparnos las p****s todavía».
Es cierto que la temporada va como un tiro y que está superando las mejores previsiones pero, la realidad, es que tampoco nos lo hemos currado tanto. Tan solo estamos siendo receptores de las ganas desmedidas que tiene la gente de vivir la nueva normalidad. Había ganas de viajar, tras dos años de encierro, había dinero ahorrado y ahí estamos para ayudarles a que lo gasten haciendo lo que mejor se nos da y es tratar al turista como se merece.
El problema es que, como digo, hay que contener la euforia porque seguimos sin saber que hacer con los problemas que se evidencian año tras año. Baleares, al igual que España, fundamenta su crecimiento en el aumento de la población. Crece el PIB pero la población, es decir la mano de obra necesaria para impulsarlo, crece todavía más. Esto se evidencia en una renta per cápita menguante y una –aparente– menor productividad del factor trabajo.
El PIB de Balears, en el período 2008-2021 ha crecido casi un seis por ciento (5,8%), pero su población ha aumentado en torno a un catorce por ciento (13,9%), esto hace que el PIB per cápita descendiera casi un ocho por ciento (7,9%), es decir –más o menos -desde los 26.000 €/hab. (2008) a los 24.000 €/hab. (2021). La Comunidad de Madrid -mismo país mismas leyes- muestra un crecimiento de 14,6% del PIB y, de forma paralela, un crecimiento del PIB per cápita del 6,6% (de los 32.000 €/hab. a los 34000 €/hab. aproximadamente), justo al revés que nosotros y algo que evidencia que las cosas se pueden hacer de otra manera.
Mayor riqueza global, pero menor riqueza individual nos lleva a pensar que al final va a ser verdad eso de que nuestros hijos van a vivir peor que sus padres. Sin entrar en política y en un entorno de alta inflación, de tipos de interés crecientes y de planteamientos más conservadores respecto el dinero en circulación que está mostrando el Banco Central Europeo deberíamos ser prudentes a la hora de airear nuestra euforia.