En primer lugar, el SVB no es un banco típico. SVB era un banco especializado en el sector tecnológico cuyos depósitos provenían mayoritariamente de empresas emergentes conocidas como start-ups. El sector tecnológico está pasando por un mal momento y los inversores de riesgo, que suelen financiar a estas firmas, no están interesados en subirse a la montaña rusa cuando hay tanta incertidumbre en la economía global. Incertidumbre derivada de una serie de eventos como la pandemia, la guerra en Ucrania y la más rápida subida de los tipos de interés desde la década de los 80.
Si al resto de los bancos les ha beneficiado el aumento en las tasas de interés, al SVB lo perjudicó por estar focalizado en el sector tecnológico. Tras tomar decisiones de inversión equivocadas que le significaron pérdidas, el banco no resistió las consecuencias del aumento en el coste de los préstamos y se quedó sin los fondos suficientes para sus operaciones. Es decir, falta de liquidez. Apenas los clientes e inversores se dieron cuenta que algo andaba mal, corrieron a sacar sus fondos. Ese pánico, que aumentó en cuestión de horas, terminó provocando el colapso. En cambio, en la crisis de 2008, la caída de los bancos ocurrió porque gestionaban hipotecas tóxicas con un masivo grupo de clientes, generando un problema sistémico en toda la industria bancaria. Lo que provocó la quiebra de muchos bancos en 2008 fue que todos tenían demasiados préstamos inmobiliarios considerados de altísimo riesgo. En el caso de SVB, no fallaron los préstamos de riesgo acumulados durante meses, sino que el colapso ocurrió en pocas horas cuando los clientes se apresuraron a sacar sus depósitos.
En segundo lugar, no parece que haya síntomas de contagio. En 2008, al caer Lehman Brothers por el colapso de las hipotecas basura, todo el sistema financiero se vio afectado. Ahora, pese al nerviosismo que afectó a las bolsas, la situación no ha ido hacia un contagio generalizado ni en Estados Unidos, ni en otros países. La respuesta de las autoridades estadounidenses puso en el debate una vez más la idea del «rescate». Y esa sola palabra encendió las alarmas. Se pensó que, si hay un rescate, es porque puede venir un colapso mayor, como ocurrió en 2008. Pero esta vez, el rescate fue distinto. Fue un rescate de los fondos de los depositantes, dejando fuera a los accionistas e inversores de capital de riesgo afectados. No fue un rescate al sistema bancario, como ocurrió hace 15 años. A diferencia de 2008, no son las personas comunes y corrientes las afectadas por la caída del SVB, ni sus casas las que corren peligro. En la «Gran Recesión», se perdieron empleos y casas.
En tercer lugar, hoy existen regulaciones bancarias más estrictas que en 2008. Después de la «Gran Recesión» de 2008, el Congreso de EE.UU. aprobó la Ley Dodd-Frank. Entre otras cosas, esa ley requiere que los bancos se sometan a «pruebas de estrés», o escenarios hipotéticos para probar su capacidad de respuesta en una crisis. La ley también estableció requisitos mínimos de capital para los bancos. Pero en 2018, durante el gobierno de Donald Trump, la ley fue modificada y actualmente solo se aplica a los bancos que tienen activos de más de US$250.000 millones, y no a los más pequeños. Pese al cambio en la ley, al menos los bancos de mayor tamaño siguen sujetos a las condiciones establecidas tras la crisis de 2008. Y son precisamente esas entidades bancarias las que representan un mayor riesgo a la estabilidad financiera. En Europa ha ocurrido lo mismo, ha aumentado significativamente el control, la supervisión y la regulación a las entidades financieras. En conclusión, que no cunda el pánico porque la situación ocurrida es muy diferente.