Para el resto del mundo la mejor definición me la dio un ejecutivo de un turoperador de Manchester: «Cuando el verano ya se ha terminado en el norte y Winter is coming, me escapo con mi novia a Mallorca y nada más llegar nos damos un paseo por playa de Palma o recorremos el Paseo Marítimo cogidos de la mano en una de esas tardes tan agradables de la isla en octubre. Y así todos los años».
Ahora ya no se habla tanto de este tipo de turismo desde que el metaverso nos amenaza con cambios en nuestra forma de vivir «experiencias» evitando, además, la molestia del traslado.
Las experiencias turísticas son las que Mr y Mrs Smith sienten desde que salen de su casa hasta que llegan al hotel en el destino. En estos últimos 20 años las actividades, llamémoslas secundarias, como los desplazamientos desde su residencia al aeropuerto de salida o desde el aeropuerto de llegada al hotel, han cambiado poco, pero las dos principales sí lo han hecho, en parte como consecuencia del notable incremento del número de turistas.
La experiencia aérea ha empeorado notablemente desde que, con la aparición de las compañías de bajo coste, los clientes han priorizado el precio al confort y los aeropuertos solo pueden obtener rentabilidad con la saturación. Cada vez hay más clientes, pero menos personal para atenderles.
La hotelería, sin embargo, ha logrado mantener la calidad del servicio porque las principales cadenas decidieron dedicarse a atender al cliente tras haberse liberado de activos inmobiliarios que les producían preocupaciones. Como tendencia, la experiencia turística ha sustituido al turismo de experiencias.