En primer lugar, declara pretender una auténtica revolución que denomina «refundación de Argentina». Con ello el concepto «revolución» cambia de bando. Es el liberalismo, encuadrado en la derecha, quien levanta ahora esa bandera. Y lo hace contra una «casta» que abraza los discursos y las proclamas izquierdistas y sindicalistas, al tiempo que se enriquece a costa de la pobreza de los «argentinos de bien».
Su propuesta económica y social es tremendamente racional. Tanto que se puede encontrar en casi cualquier libro de texto universitario sobre la cuestión. No obstante, Milei -al igual que hasta ahora hacía la izquierda en exclusiva- apela a la dimensión moral de sus reformas. Quiere terminar con la indecente división social que supone estar sometidos a una «élite» que utiliza los resortes del poder del estado para vivir a costa de los que realmente laboran y se esfuerzan. Es decir, apela a la justicia distributiva como concepto virtuoso. Llegando incluso a afirmar que es precisamente por esa dimensión moral por lo que no teme que sus enemigos sean numéricamente más, o más fuertes.
La puesta en escena de su alocución parlamentaria fue del todo emocional, tanto por el tono empleado por el propio presidente como por los entusiastas aplausos que reiteradamente le interrumpen, una y otra vez, reforzando sus palabras. Incluso, la realización de las tomas televisivas seguía ese mismo patrón. De hecho, objetivamente, su éxito electoral se debió en gran medida al acertado manejo de la comunicación, apoyándose tanto en las nuevas redes sociales como en los viejos medios tradicionales. Tal como suele hacer la izquierda, aunque, en esta ocasión, una de sus primeras decisiones fuerza acabar con la «pauta» de los «periodistas ensobrados». Por último, intenta trasladar el miedo mental (el dóberman) al regreso de los partidos izquierdistas-kirchneristas. Los que han hundido a la Argentina y a sus habitantes en un índice de pobreza que alcanza el 60%.
Todo ello apoyado, también, en la utilización de viejos recursos característicos de la derecha, como son los datos y macro-magnitudes que desmontan las falaces narrativas buenistas. Lo hace, además, sin tener reparos en señalar a los responsables concretos de tales desatinos, y apelando a recuperar el concepto del imperio de la ley.
Sin ninguna duda, en el país austral, se ha iniciado un experimento que tiene muchos visos de mostrar claros éxitos en menos tiempo del prometido; siempre y cuando éste mandato no sea interrumpido por la fuerza bruta. Un éxito que, si se termina produciendo, servirá de ejemplo en otros lugares.